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lunes, abril 29, 2024

Lluvia azarosa

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El viernes 4 de noviembre del 2022 fue un día fatídico para la capital dominicana, Santo Domingo. Una fecha para no olvidar en la conciencia pública. La lluvia inició inesperadamente alrededor de las 5:15 de la tarde, aunque intensa, todo el mundo pensó que iba a parar en unos minutos. Quizás en media hora o a lo sumo, en una hora. Pero no fue así, cuatro horas de intensas lluvias. Y la ciudad comenzó a llenarse de agua; de mucha agua de lluvia y de montones de basura y escombros.

Nadie respetaba las leyes de tránsito, cero codificaciones de semáforos, cruces de peatones inexistentes. Nulo el transporte público de guaguas. El metro, con sus dos líneas colapsadas, por un torrente de agua desafiante ante parapeto alguno.

Cualquier atajo en la ciudad iba a dar a una laguna inesperada que mostraba, en algunos casos, automóviles de todas las marcas y gamas, boyando como si se tratara de barquitos de papel en medio de la nada, y sus conductores, como capitanes sin horizonte. Las casas, con sus muebles flotando de la sala, somier de los aposentos, objetos plásticos de la cocina hacia la calle. ¡Qué desastre!

En conclusión: Ocho personas fallecidas por ahogamiento y contusiones agravadas, un grupo más de lesionados, un parque automotriz con reparaciones caras y urgentes, y las aseguradoras con el grito al cielo; y más de 800 casas que el gobierno tendrá que acudir en su auxilio para ser reparadas.

El Departamento de Meteorología había advertido a la población sobre la vaguada que tendríamos ese día, y las áreas, como el Gran Santo Domingo, que debían guardar precaución a la hora de transitar o de las zonas vulnerables a inundaciones; pero como siempre, nadie hizo caso, porque en esta ciudad se vive como chivo sin ley, todo el mundo tira para su lado y a Dios que reparta suerte.

Pero lo más preocupante es que nadie quiere respetar determinadas áreas donde no se pude construir o levantar las edificaciones con ciertos reforzamientos. La gente prefiere dar lástima con lo poco que les ha quedado seco en la cabeza y refugiarse en una escuela, a veces, hasta por meses, obstruyendo la educación de sus hijos y sirviendo de carne de cañón para la prensa que lo toma como excusas para mostrar la ineficiencia del gobierno. ¡Es penoso!

Por otro lado, tenemos una metrópoli sucia con ciudadanos que ensucian, que desparraman todo. Que no les importa arrojar basura en cualquier lugar y a cualquier hora. “Total, la ciudad no es mía”, afirman algunos. Un chaparrón de cuatro horas, y ella, la urbe, les confirma que tienen que respetarla, que tenerla en cuenta.   Los desagües estaban en su mayoría obstruidos por grandes cantidades de desperdicios. Desde botellas y fundas pláticas hasta neumáticos viejos, pañales, latas, cristales y otros objetos considerados deshechos.

El problema va a continuar. Las lluvias se van a alargar. La gente va a seguir arrojando basura a las calles. Lo único que nos puede salvar en el futuro, haciendo la diferencia, es un gobierno municipal exigente a la hora de levantar nuevas construcciones y una niñez que se le eduque en su responsabilidad de habitar una ciudad que es de todos. La materia sobre medioambiente se ha cacareado en más de una gestión de gobierno, solo falta la voluntad de incorporarla en el programa de la escuela básica para impartirla e insistir cada vez con más entusiasmo y ahínco. ¡Démonos una oportunidad de una ciudad sana entre todos!

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