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martes, mayo 21, 2024

Los 400 de Arráez

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Decía Ted Williams que el béisbol es el único campo de acción donde un hombre puede tener éxito tres de cada diez veces, y aún así, poder considerarse excelente. Batear es quizás lo más complicado que puede existir en todos los deportes.

Es sin duda la habilidad más exigente dentro de este juego ya que requiere una armoniosa coordinación de movimientos a la hora de su ejecución, buena vista, rapidez y fortaleza, y también algo de suerte si se logra adivinar el lanzamiento escogido por el pitcher.

Maticemos un poco: Un lanzador de estos tiempos se desenvuelve sobre la base de un repertorio de cuatro lanzamientos distintos y disímiles. Recta, slider en sus diferentes vertientes, cambio de velocidad y sinker.

Muchos agregan el split-finger o el ya muy utilizado cutter, lanzamiento creado por el relevista Mariano Rivera. En fin, los lanzadores cuentan con un arsenal para tratar de dominar y engañar a los bateadores.

A todo eso hay que agregarle el grado de dificultad que se encuentra en esas milésimas de segundos en las que el cerebro toma esa fugaz decisión para hacer swing o dejar pasar la boca hacia la mascota del receptor.

Decía Yogi Berra que es imposible razonar durante ese efímero lapso de tiempo. Muy cerca de la razón. Una recta que supera las 90 millas por hora tarda sólo 0.4 segundos (o sea, 400 milisegundos para llegar a la receptoría) en un trayecto de tan solo 60 pies que separan al box del home plate. Ver, procesar y hacer la ejecución del bateo (todo al mismo tiempo) le deja un periodo de tiempo ínfimo al bateador para reaccionar (se dice que de tan solo 300 milisegundos). Por eso existen formas adecuadas para poder descifrar con más éxito este desafío desigual en donde el lanzador tiene todas las de ganar.

De los bateadores dominicanos, desde mi punto de vista, el que más ha dominado el arte del bateo ha sido Manny Ramírez. Dueño de un estilo de batear de escuela, respetando cada una de las exigencias técnicas.

Barbilla sobre hombro izquierdo con el cien por ciento de la visión al box, movimientos coordinados al momento de swing, concentrando las fuerzas de sus piernas y brazos para sostener un equilibrio uniforme al momento del impacto del bate con la pelota. No existe la manera perfecta de batear, más bien estilos adecuados. Nadie se atrevió a decirle a Julio César Franco que su manera de colocar el bate era errónea.

En estos tiempos de béisbol posmoderno en donde la sabermetría le ha indicado a los bateadores que el atajo más certero para dar con un contrato millonario radica en los cuadrangulares, en esa misma medida han ido cayendo renglones ofensivos que convirtieron una vez al béisbol en el espectáculo deportivo más atractivo de Estados Unidos.

No importa si te ponchas 200 veces siempre y cuando conectes 30 cuadrangulares, dicen los nuevos gerentes generales.

La mediocridad de los bateadores de los últimos años fue la que produjo las formaciones defensivas que las Grandes Ligas ha querido limitar durante la presente temporada. Pocos logran conectar hacia la banda opuesta, el chocador de bolas es un fenómeno en vía de extinción. Se echan de menos los Carew, Rose, Gwynn y Boggs cuando se encuentra en las estadísticas colectivas que los ponches superan a los imparables, y el bateo colectivo se hunde cada vez más.

Por eso, cuando aparece un revolucionario del bateo como Luis Arráez, nosotros los nostálgicos del béisbol de antaño, los anacrónicos y antagonistas de estos tiempos de pelota soporífera, agradecemos que contracorriente exista uno entre tantos que domine casi a la perfección este difícil arte del bateo, desafiando los 400 puntos de promedio gracias a un bate dulce que nos regala un suspiro y nos dice que no todo está perdido.

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