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viernes, mayo 3, 2024

Ley, batuta y Constitución, como gustan los hipócritas

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Rafael Leónidas Trujillo Molina, El Jefe, fue ley, batuta y Constitución durante treinta años. No había forma de escapar a su control absoluto, dentro de la geografía nacional. Había que escapar de su influencia, yéndose fuera del país. O de lo contrario, había que consolidarse con El Jefe, para no ser nada ni nadie en la vida.

Trujillo disponía de todo y de todos. Y de todo lo de todos. Dentro y fuera de la casa de cada quien. Colgada de una pared de cada residencia o vivienda del campo y la ciudad, había una placa con la efigie de Trujillo, en uniforme militar, que resaltaba en texto de clara visibilidad: “En esta casa, Trujillo es El Jefe”.

Todo dominicano que al 30 de mayo del 1961 contaba más de seis años de edad, cuando se acepta empieza el uso de la razón, recuerda, si aún vive, las hazañas malignas y absolutistas de El Jefe. Hoy todos los libros de historia testimonian lo que fue la Era de Trujillo, el Primer Maestro de la República, el Benefactor de la Iglesia Católica, con la que dejó amarrada la nación para siempre, mediante un tratado binacional con el Vaticano de Roma, que hoy se conoce como el Concordato. Todos estaban obligados, o se ofrecían a reconocer a El Jefe.

Refrescar la memoria no cuesta más que un poco de esfuerzo, si se es inteligente.

Ahora, cuando por iniciativa de un gobierno realmente democrático, nacido de las entrañas de unas elecciones libérrimas y plurales, de mayorías irrebatibles, se obtiene una Ley que crea la Dirección Nacional de Inteligencia (DNI), la Ley 1-24, provocándose de forma inusitada, una algarabía en la que se están confundiendo todas las hipocresías y todas las ignorancias del sistema que nos gastamos. Esta algarabía viene siendo como un eco de quienes, siendo ignorantes, pero conocedores, aunque sea de oídas, se lo que fue El Jefe: única “ley, única batuta, y única Constitución”.

La Ley 1-24 es un arma vital para la preservación de todo lo que se nos pueda ocurrir que es una nación y los mecanismos requeridos para preservar la soberanía en el marco de la misma Constitución.

Luis Abinader que viene caracterizándose hace rato por no tener pelos en la lengua está arrojando el pastel de la Ley 1-24, todavía tibio y blandito, a la cara de los hipócritas que se valen de la capacidad de olvido de las masas irredentas. Los ha llamado “politiqueros, hipócritas”.

Decimos que el pastel de la Ley 1-24 está tibio y blandito, todavía, porque es un texto al que le falta otro texto. Le falta un reglamento que conlleva toda Ley para poder administrarla Ya están corriendo los tres meses que otorga la misma Ley 1-24, para que sea estructurado y puesto en vigencia.

Y desde su primer considerando esa novísima Ley, ha estado disponiendo todo dentro de la Constitución vigente. Y aboliendo, y en busca de precisar, usando los marcos del sistema democrático, lo que hasta ahora se ha conocido como Departamento Nacional de Investigaciones, intruso instrumento a la orden de todo desorden irrespetuoso de toda intimidad personal, siempre en manos de quienes han tenido en la otra mano, una pistola cargada de atrevimiento y algo más.

No sé. Tal vez, habría que cambiarle el nombre con sus siglas, y llamarle cualquier cosa que no recuerde al famoso DNI, ni mucho menos, su antecedente conocido como SIM (Sistema de Inteligencia Militar).

La Ley 1-24, ya fue discutida y aprobada, como dispone la Constitución vigente, en ambas cámaras del Congreso Nacional, conjugados oficialistas y opositores; ya fue, asimismo, promulgada, publicada y dada, con todas las formalidades.

Queda, como dice Abinader, que hable el Tribunal Constitucional, y su dictamen, al que habremos de someternos sin chistar.

Las hipocresías mandan que es mejor vivir como chivos sin ley. Los gestores de democracias advierten que es mejor vivir con reglas conocidas, aceptadas tras discusiones y formalidades sabias.

O de lo contrario, volver, ¡Jesús, ¡Santísimo, no!, a la oscuridad de los tiempos de El Jefe, y su resumen, en sí mismo, de su batuta y Constitución, territorio reservado a los hipócritas.

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