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sábado, mayo 18, 2024

“¡Qué suelten a Fernandito!”

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Sabía que era una madre abnegada, como otras tantas; pero nunca imaginé que llegaría a semejante paroxismo. Poco después de transitar a pie y descalzo, desde la avenida Máximo Gómez hasta llegar a la barriada, dos amiguitos y una circunvecina me contaron sobre aquellos llantos, clamando por mi libertad.

Fueron Tomasito el sastre, quien estaba desternillado de la risa, e Isidro Vázquez “Bato” (ambos fallecidos), que me dijeron haber sido testigos de la angustia de Juana, cuando fui encarcelado en la vieja penitenciaria de La Victoria. En mi ignorancia de entonces, no comprendía que el dolor de una madre fuera tan extremadamente sobrecogedor.

Lo narrado me impresionó de tal forma, que esta historia la he contado muchas veces, aunque con otros enfoques. “¡Qué agarren a Alfredito y suelten a Fernandito!”, en su desesperación, exclamaba mi madre.

¿Cómo era posible que quisiera cambiar a Fernandito por Alfredito?   Mi hermano mayor era el que, cuando podía, llevaba el pan al hogar. ¡Qué barbaridad! Debo advertir que fue la primera vez que fui apresado.

Era un menor de 16 años cuando, en la calle Barahona a esquina Vicente Noble, fui sorprendido por dos esbirros policiales del régimen de Joaquín Balaguer que ocupaban un Ford Falcon. Fui salvajemente golpeado por un verdugo que respondía al nombre de Lucas Cuello Cabala (Tuto), del que no supe más, y, pasado el tiempo, me dijeron que murió en su cama.

Al otro día de ser encerrado en las ergástulas de aquel presidio, fue publicada mí foto en el vespertino, El Nacional. Tenía una herida en la cabeza; al lado de ella había otra de uno que fue mi compañero de celda, de los más de 50 apresados durante una huelga del Sindicato de Arrimo Portuarios (POASI).

La fallecida abogada y dirigente emepedeísta Hilda Gautreaux, además de un abogado conocido de mi padre, Roberto Peña Frómeta, asumieron mi defensa. El juicio, en el que resulté liberado con una fianza de 50 mil pesos; fue realizado en la Sexta Cámara Penal próximo a la Feria, en las inmediaciones de la avenida George Washington, de Santo Domingo.

Recuerdo que mientras estuve preso; deprimido, caí en el consumo de tabaco. Es decir que, de varias formas, el régimen balaguerista dejó sus huellas dañinas en la juventud de aquel entonces; esto, al margen de los sufrimientos y martirios de miles de madres dominicanas.

   El autor es periodista, miembro del CDP en Nueva York, donde reside.

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