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sábado, abril 27, 2024

Mala suerte

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Se supone que definir los padecimientos arraigados que sufren los haitianos como “mala suerte” es potenciar el azar, ese que Nassim Taleb dice está presente en el mundo más de lo que pensamos, aunque el autor del libro “¿Existe la suerte?” advierte que el trabajo duro y la preparación son condiciones previas para alcanzar realidades.

A propósito de que este 25 de marzo la Organización de las Naciones Unidas conmemoró el “Día Internacional de recuerdo de las víctimas de la esclavitud y de la trata trasatlántica de esclavos”, la remisión a esa etapa explica con más pertinencia las vicisitudes que desde entonces acompañan a los haitianos, que tienen en su haber ser el pueblo primero que erradicó esa vergüenza social.

Superar la esclavitud para alcanzar la libertad y el progreso ha sido paradójico para ese pueblo, que desde entonces -1804- “paga ese atrevimiento “con dolor, sangre y necesidades de su gente, y con el desprecio de ser pobres y diferentes para quienes los subyugaron, y, además ser negros para sus vecinos, que tampoco ‘les perdonan” que los gobernaran durante un período, gobernanza y etapa que precisan de una más ponderada indagación.

La publicidad turística hace de la bonhomía dominicana uno de los atractivos más ponderado en la oferta de esa industria, pero que se trastoca cuando de considerar a los haitianos pobres se trata, a los que, en el país, en todos los sectores, hasta su condición humana se les regatea, ni qué decir de sus derechos sociales, económicos y legales.

Para la gran mayoría de los/as dominicanos/as -y entre ésta una mayoría inducida por la ignorancia – Haití y sus habitantes son ese espejo que refleja nuestra “superioridad” y nos faculta ante el mundo, por un lado, refutar cualquier alegato que cuestione las relaciones con el país vecino, y por otro, manifestar “una solidaridad”, que muchas veces es socaliñarles el favor otorgado.

En este nuevo capítulo, y en el entorno de la celebración más trascendente del cristianismo – ese al que se inclina el pueblo dominicano y que las élites siempre aprovechan-, potenciar las medidas que afecten a haitianos residentes en el país, particular a indocumentados, y distanciarnos de toda acción relacionada con Haití, es la meta, en “que la suerte está echada” pero en la que el azar está ausente, anulado por los prejuicios y el orgullo, dos de nuestras más rampantes miserias humanas.

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