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domingo, mayo 5, 2024

Son las personas, no es la Institución

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Siempre que me encuentro con un militar o miembro de la Policía, suelo saludarlo con una sonrisa. Ellos nunca rechazan el saludo. Y también sonríen al ciudadano que los saluda. Sin mancar, siempre es una sonrisa su respuesta.

Además del saludo me estoy acostumbrando a halar por el brazo, cuando se dejan, a los militares que suelo saludar en las puertas que custodian, o en cualquier lugar que los encuentro. Los acerco tomándolos por un brazo y me acerco a su oído, para decirles algo en secreto. Les digo al oído: “Comando ¿cómo se siente? Nunca un soldado o policía me ha dicho que se siente mal. “Tamo bien, señor”, suelen contestar.

Entonces, es cuando le diga al oído: Comando, pórtese bien. Sepa que, ustedes, los militares y policías son lo único que sirve en este país. Entonces, sonríen con mayor firmeza. Tal vez, sin saber el porqué de su sonrisa.

Y, es así. Las Fuerzas Armadas  y la Policía Nacional son instituciones que como tales se mantienen robustas. Y serviciales, consecuentes con sus estatutos disciplinarios. Eso es lo que creo.

Por eso, al tiempo que reconozco los méritos de las Fuerzas Armadas y de la Policía, termino de saludar a sus miembros, pidiendo una bendición para ellos y sus familias. Y recomendándoles que se porten bien. Inmancablemente los militares y policías terminan dando las gracias ante mis saludos. “Gracias, señor”.

Me tratan de “señor”, no porque sean sumisos. Lo hacen porque se dieron cuenta de mi edad. Y los viejos como los niños, créase que no, son un material de prioridad para nuestros militares y policías. Nunca les he preguntado por qué. Pero creo que es así.

Es preciso aclarar que ese intercambio de saludos me ocurre con miembros y oficiales subalternos en sus instituciones.

Ante tantas inusitadas persecuciones de militares y policías que son acusados de sospecha por protagonizar actos de corrupción, los militares y policías, en sentido general, siguen creyendo que no se trata de las instituciones, sino de las personas que componen esas instituciones. Las instituciones para ellos son sagradas porque las instituciones guardan los instrumentos que los obliga a la disciplina personal. Formar filas, hacer el saludo a los superiores, vestir ropas de uniforme, tener zapatos brillosos…

Parecería una de las herencias institucionales dejadas por Rafael Leónidas Trujillo Molina. Y tal vez, desde mucho antes.

Tan pronto llegaron los españoles, el jefe de aquella expedición terminó amarrado, engrillado y encerrado en el calabozo. Y no fue por otra causa que por sospecha de corrupción administrativa. Se sospechaba que estaba engañando a sus jefes, los Reyes de España. Terminó muriendo en el calabozo. El pobre, tan buen descubridor que era. Pero le gustaba lo mejor que entendía era lo mejor que tiene el Poder: el dinero ajeno. El dinero comunitario.

Trujillo descubrió a tiempo que el Poder no era nada, si la cabeza que lo representa no tiene detrás la fuerza del dinero comunitario. Y por eso, Trujillo fue considerado “Trujillo el Grande”. Su Poder lo concentraba en sus ansias de dinero, de riquezas. Y quienes mejor memoria tienen de eso, son precisamente lo mayores amantes del dinero: los ricos de siempre, quienes no tienen otro dios que no sea su dinero. Es que se cambia toda creencia por la creencia en la fuerza que otorga el dinero. Trujillo perseguía, mataba, a todo quien competía con sus ansias de dinero en donde entendía estaba la razón de su Poder.

Por suerte que militares y policías siguen creyendo que no se trata de que sus instituciones sean instituciones corruptas. Se trata de las personas que las componen y sus debilidades materiales e individuales.

Los coroneles y generales, y todos los oficiales y miembros militares y policías que son sospechados por corruptos, aprendieron que su poder no nace del rango. Nace del dinero que posean. Y creen, estos oficiales militares y policías, que deben acumular dinero, más dinero comunitario. Porque si no lo hacen así, no tendrían ningún poder ni ascendencia ante los verdaderos corruptos de siempre: los oligarcas. Uno por uno. Y todos juntos.

Ah, me olvidaba: al despedirlos con una sonrisa y una bendición para ellos y sus familias, suelo preguntarles a policías y militares, cuál es su rango. Soy cabo, me dijo el último que saludé. Y como siempre, me despedí resaltándole: Usted es casi sargento. Sonrió, como siempre. Y se despidió diciéndome: ya voy a cumplir cuatro años en este puesto. Y espero la de sargento. ¿Ven? La institución es la que vale. No las personas que se corrmpen.

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