Decía don Juan Isidro Jimenes Gullón, y lo decía con voz enérgica, fuerte, expansiva. El eco retumbaba a través de las ventanas, en los pasillos, en los jardines, de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Estaba predicando, en su horario de profesor: “Juan Pablo Duarte tenía una ideología revolucionaria”.
Oíamos decirlo al profesor Jimenes Gullón. Había decenas de universitarios dispersos en todos los alrededores para no perder aquella prédica.
Duarte era un revolucionario honrado que vivió para su honradez, que fue su pedestal para sembrar algo muy grande e imperecedero: una Patria.
Y moriría como todo ser humano honesto, honrado: sobre un canapé, consumido por la angustia y la nostalgia, y también por la fiebre altísima. La tuberculosis acabó con la materia, más, no con su alma egregia. Ni con su espíritu magnífico.
Con su propia mano había pergeñado el texto de la Ley Fundamental que sirve de pedestal y sustancia a una nación que llamó República Dominicana.
Los días 26 de enero se recuerda la fecha del nacimiento de Juan Pablo Duarte, en 1913. Para la eternidad partió desde Caracas, en 1876.
El pensamiento de aquel hombre único fue un pensamiento socialista, imbuido de liberalismo, romanticismo y de nacionalismo. Era un revolucionario.
El premio a su grandeza fue ser perseguido desde que se comprobó que su obra estaba hecha.
Oh, Duarte, General Juan Pablo, todavía hoy, lo estamos esperando, quienes habitamos sobre los vestigios de su grandeza inmortal, de héroe de ideología revolucionaria.
Nunca es tarde cuando la suerte es su memoria.
