El inmenso Rubén Blades, poetizador de la salsa urbana, propone en una de su antológica canciones que «lo imposible se puede», mantra en el que una vez más depositaré mis expectativas en cuando la necesaria y cada vez más urgente posibilidad de que el tránsito funcione acorde con el respeto a las leyes, la educación cívica y la decencia en calles, ciudades, carreteras y hasta caminos vecinales del país.
Se robustece mi esperanza, se fortalece mi confianza, y se tranquiliza mi sosiego, cuando leo que el Instituto Nacional de Tránsito y Transporte Terrestre rompe el cascarón de la estrechez de miras y proyecta acciones y programas de largo alcance para superar esa incalificable situación que es el conducir un vehículo en la República Dominicana.
La tarea a enfrentar es más difícil que el mismo problema, pero es alcanzable con los métodos y acciones puntuales que vayan socavando las partes del conjunto, para evitar aquella «realidad» que padeció Sísifo, condenado a empujar cuesta arriba eternamente una enorme roca que al llegar a la cima se rodaba hacia abajo y tenía que comenzar de nuevo.
Hay que acudir a otro personaje de la ficción, Jack el Destripador, para recorrer el imprescindible «asfaltado» en el camino por el que transite el transporte del país, lograble solo con la impostergable educación de conductores y peatones, que hoy ni atienden las leyes, ni respetan las señales, ni obedecen la luz roja que manda a frenar ante el caótico y costoso tráfico.
Si bien Instrant pretende implementar la licencia por puntos, el castigo no será la mejor opción. La realidad demanda Educación como primer pilote para ir desmontando del vehículo el incosteable presupuesto que, en muertes, lesionados, pérdidas económica y de tiempo son hoy las calles, carreteras y caminos del país, que está entre los cinco primeros que incumplen con las reglamentaciones del tránsito.
¡Esa propuesta tiene que ser de todos y todas!
