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martes, mayo 14, 2024

Es viernes y el cuerpo lo sabe.

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La siguiente, es la historia de Maritza, una joven nativa de San Juan de la Maguana, una provincia del Sur de República Dominicana que ahora vive en Santo Domingo Oeste, una de las cuatro grandes subdivisiones de la capital, donde habitan en total, cerca de 4 millones de habitantes.

En esa parte de la ciudad, hay un municipio denominado Los Alcarrizos y Maritza vive ahí con una tía. Con 22 años es una migrante, como muchas otras donde ella nació. Llegó a 8vo. grado de la escuela intermedia y se dedicó a buscar mejoría en la ciudad capital. Después de tres trabajos previos como empleada doméstica, empezó a buscar uno de cinco días a la semana, buscando espacio para seguir estudiando.

Inés, una compluebana le facilitó un periódico donde aparecía un anuncio en busca de una empleada para trabajar en el sistema de aire, colchón y desayuno.

Ella no veía a los dueños, solo los días de pago, los viernes. Ese viernes de enero de este año, salió a las 6 de la tarde desde su sitio de trabajo localizado en una calle, que desemboca en la Av. Luperón, avenida donde circula mucho tránsito y caminó un par de cuadras para llegar ahí a esperar de algunas de los minibuses de 18 pasajeros que con frecuencia transitan en esa zona de la ciudad.

Esta vez, comenzó a llover inesperadamente y Maritza se vió obligada a aceptar un taxi que le ofreció transporte. Preguntó el precio y el taxista le pidió 250 pesos, lo cual era más del doble de lo que ella pagaba regularmente para llegar a Los Alcarrizos.

Sin embargo, el taxista le dijo si a Ud. no le importa, yo tengo que recoger una señora que está en un motel y que va precisamente para Los Alcarrizos y pueden compartir el precio de la carrera. Llamó a la cliente, y le consultó y le dijo a Maritza: dice ella que no le importa compartir.

Maritza, consideró que como normalmente usaba dos o hasta tres medios de transporte para llegar a Los Alcarrizos a un costo de cerca de 100 pesos y esta vez serían 125, terminó considerando oportuna la ocasión en ese escenario lluvioso.

Así que cuando llegaron a la avenida Duarte y se entraron a un motel y el taxista entró a una de las portezuelas, Maritza no le dió tiempo de razonar que, si la señora estaba en una de las habitaciones, la puerta debió de estar cerrada o con la otra pasajera afuera. Todo ocurrió tan rápido, que cuando el taxista, entró en el motel, bajó rápidamente la portezuela y se le presentó a su lado blandiendo un cuchillo, la haló con fuerza descomunal por el brazo derecho y le colocó una soga en el cuello que la estaba ahogando, fue como despertarse de una pesadilla demasiado real para razonarla.

 

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