(A la memoria de Sofía Leonor Sánchez Baret)
Hay seres que nacen a la vida y cuando se desamarran de la vida, se van, y todos se dan cuenta de que con su nombre propio se bastaban. Así. Sin apellidos, sin sobrenombres. Sólo con su nombre propio se bastaban.
Eso ocurre así, cuando la raíz de ese árbol sobrevive. Y sobrevive con tanta y suficiente energía que puede ser trasplantado. Para que sobreviva, con tupidas ramas, y también florezca con flores también vivas y vistosas. Y con polen contagioso de abejas obreras. Y que dé nuevos frutos.
Acaba de abandonar la vida un ejemplo fehaciente de eso que estamos describiendo. Nació, echó raíces, fue trasplantado, reverdeció después, y con nuevas flores dejó frutos que no se borran de la mente.
Cuando se hable de las luchas de las mujeres dominicanas que contribuyeron vivaces al surgimiento de un sistema que deberá ser justiciero, algún día, entonces no habrá que buscar apelativos. Bastará con decir: esa era Sofía. Y deberá vivir en la mente de este país, para ser trasplantada y que reverdezca, florezca y dé frutos.
Sofía. No es más que un hasta luego.
