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sábado, abril 27, 2024

Lo que nada cuesta, nada vale, Leonel sepultado por la gratuidad de su carrera política

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Un 10 de septiembre del 2023, el presidente Luis Abinader bailó en pareja con su esposa Raquel Arbaje, el famoso merengue “subido en el palo” que interpreta el rítmico músico José Peña Suazo y la Banda Gorda. La sorna se desarrollaba eufemísticamente nada menos que en el Club “Arroyo Hondo”.

Era el mismo tema que el músico montó para halagar y promover la repostulación de Leonel Fernández, en 2008, en sus afanes de siempre, utilizado para mofarse de su competidor Danilo Medina, quien desafiaba el liderazgo interno partidario y sus esfuerzos por derrotar a su Presidente, empeñado en su eterna ambición.

Pero los tiempos cambian. Abinader es quien ahora baila, y emparejado con otra Raquel, quien por añadidura lleva el apellido de Peña. Una verdadera peña. Ahora, cambia la letra, cuando dice que “el pueblo eligió a Abinader, y ha hecho bien su trabajo; el pueblo eligió a Abinader, y ha hecho bien su trabajo, y tenemos que apoyarlo pa’ mantenerlo en el palo”. Parodia llaman a eso.

Y, ahora, Danilo oye la canción y observa el baile, apenas con un “raro acuerdo” a manos, para aumentar la mofa, apretando su peligroso silencio en una mueca. Y esperando a ver qué pasa, prefiere reír de último, lo que siempre es “ma mejol”.

Ahora, Leonel Fernández ya no está subido en el palo. Está recibiendo los duros palos de estar debajo del palo. Y con poca suerte, atorado en un verdadero arroyo hondo. Pero muy hondo. El ímpetu de las aguas de Luis Abinader, según múltiples encuestas, catapultado por el Partido Revolucionario Moderno (PRM) y una veintena de partidos, tiene a Fernández en un verdadero y peligroso remolino, como cuando el caudal baja con corrientes bravías y entre múltiples peñones y cayaos.

Abinader es quien ahora baila, y emparejado con otra Raquel, quien por añadidura lleva el apellido de Peña.
Abinader es quien ahora baila, y emparejado con otra Raquel, quien por añadidura lleva el apellido de Peña.

Ocurre que la carrera política seguida por el ex presidente Leonel Fernández, ha sido una carrera brillante, en términos personales. Pero en su entorno siempre ha tenido vigencia entre sus adversarios, sobre todo internos, que le señalan que, pese a sus prendas, siempre fue favorecido por la gratuidad y su mejor suerte.

Aquella vieja expresión moral y ética de que lo que nada cuesta nada vale, pareció tomar cuerpo cuando en la esplendidez de su liderazgo, siendo presidente y líder reconocido del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), en cuyas ancas logró agotar tres períodos presidenciales, desoyendo los susurros de sus más cercanos, se empeñó en protagonizar un salto mortal: dejarlo todo y arriesgarse al vacío de una imaginaria fuerza del pueblo.

Permanece fresco en la memoria de todos, cuando en un acto de desmemoriados en égira, el doctor Fernández, todavía sin exhibir ínfulas de experiencias y madurez suficientes, recibió de manos de Joaquín Balaguer, con la asistencia y las instancias del maestro y padrino político Juan Bosch, el fardo completo de los poderes del Estado para iniciarse como presidente de la República Dominicana.

Como es lógico suponer, ya que Bosch por ser un cohete explotado, que, por insuficiencia mental, no alcanzó a enterarlo del contenido de ese fardo del poder. Balaguer también le estaba entregando el fardo adicional de la corrupción, con los trescientos millonarios a quienes el Estado debía pagar miles de millones de pesos por deudas de las construcciones públicas y otros negocios carcomidos que regenteaba el ingeniero Guaroa Liranzo.

En aquellos momentos, todavía frescos en la mente de la sociedad dominicana, por su inexperiencia y ambición personal, Fernández no podía entender el serio compromiso que conllevaba toda aquella gratuidad. Que lo colmaba.

El compromiso que Fernández ha tenido que cargar es lo que hoy se concretiza en un 35 por ciento de rechazo de la población electoral que lo mantiene inhabilitado del favor que le niega el proceso como competidor. Hoy desde la oposición para enfrentarse a las fuerzas del sólido proyecto reeleccionista que lidera Luis Abinader, con el soporte robusto de su Partido Revolucionario Moderno (PRM).

Tras múltiples estrujones, vemos hoy a un Fernández obligado a codearse en público en la debilidad de un mismo propósito, con su permanente rival, producto de aquella desafortunada decisión de renunciar al propósito de salir del PLD, para pretendiendo ser el ave fénix y alzar nuevo vuelo en lo que se llama Fuerza del Pueblo.

El mundo racional dominicano observa y disfruta con avidez el nuevo fenómeno de un Fernández envuelto en lo que aquel mismo Danilo Medina llama una “alianza rara”. Y en el propósito de alzar vuelo por encima de aquellas todavía frescas cenizas, se consumen en un interés común que los persigue a los dos: acogerse a las gracias del Poder.

El público, que en ese momento era la sociedad entera, tuvo la brillante oportunidad de oír de viva voz, por parte de sus genuinos protagonistas, la historia de los orígenes de un rencor, causa de trayectorias que lucirían paralelas, pero que nunca lo fueron.

Una frase de Medina sería su testimonio contundente: “A mí, a mí, no me regalaron nada en esta vida. Todo el escalón que yo he subido ha sido en base a esfuerzos y sacrificios. Pero nadie me ha querido regalar nunca nada”.

“Nunca le he quitado a nadie lo que le corresponde. Todo lo contrario. He dado más de lo que se me puede pedir. Siempre. Siempre. Incluso, a muchos de los que me atacan, de los que me denigran, los he tolerado”.

Y para que se supiera y se confirmara su decir, la razón de esa perorata de resentimiento expuesta ante el país, antes del desglose puntual de sus razonamientos, se refirió concretamente a la motivación de aquella respuesta de desahogo contenido durante 46 años, hizo la alusión directa Danilo Medina, cabeza de grupo al interior del Partido de la Liberación Dominicana. Quería que se supiera, igual que lo quería Leonel Fernández que eran contrincantes enconados desde hacía 46 años. Desde el nacimiento mismo del ese partido por el que pugnaban, ahora, para tener el control. Pero no era el simple PLD de aquellos orígenes. Ahora era un PLD que era el Estado mismo, ambas instituciones consustanciadas.

Y el Estado, ahora, era el Partido. Y el Partido era el Estado. Ahora, desbaratados ambos, en dos mitades. Danilo Medina, presidente de la República, seguía siendo el jefe de un grupo, construido desde siempre. Desde que el fundador del partido empezó a dar señales de paternalismo en favor de Fernández, considerándolo “una mina de oro”.

Por eso, no fue extraño que en la asamblea a la que el presidente Medina le vació su discurso envuelto en hiel, estuvieron como invitados especiales y testimoniales, los fundadores del PLD: Félix Jiménez, Euclides Gutiérrez, Reynaldo Pared, y, sobre todo, Temístocles Montás, éste de la máxima estima de Medina, a quien empujaría a reemplazar al renunciante Leonel Fernández, en la presidencia abandonada del partido.

Leonel que había surgido como candidato a la vicepresidencia, junto a Bosch, es enarbolado como candidato presidencial en 1996, como consecuencia del Frente Patriótico, producto de lo arreglado en el Congreso Nacional, tras Balaguer agotar sus dos años de un período mutilado. Leonel llega así, a la Presidencia de la República Dominicana, con apoyo de un reducido PLD y un masivo Partido Reformista Social Cristiano (PRSC), de Balaguer, consecuencia de la segunda vuelta establecida en esas mismas modificaciones constitucionales pactadas.

Ahora, suena la misma música y es el mismo palo. Sólo que es otra pareja la que baila subida en ese palo: Luis Abinader y Raquel Peña.

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