28.3 C
Santo Domingo
domingo, abril 28, 2024

Gilberto Monroig: el bolerista boricua que cantaba con el alma

Las más leídas

En respuesta a la frecuente pregunta de mis amigos de quién es, a mi juicio, el mejor cantante de bolero, suelo responder que Gabriel Siria Levario, conocido artísticamente como Javier Solís, fallecido a la edad de 35 años. Debo confesar que no siempre las personas están de acuerdo y nunca lo estarán, porque para los gustos se hicieron los colores. Pero es grato saber que por otros lares coinciden con esa afirmación en torno a la calidad como bolerista de Solís.

Pero en respuesta a la pregunta de cuál es mi cantante de boleros preferido suelo responder que Gilberto Monroig Jiménez, nacido en Santurce, San Juan, Puerto Rico, el 2 de julio de 1930 y fallecido en el mismo lugar, el 3 de mayo de 1996.

Alguien inquirió, quizás con sobrada razón, de porqué esa disparidad y en mi respuesta puede influir mucho el subjetivismo u otras razones desconocidas.

Es que Monroig canta no con la voz sino con el alma. Sus notas sonoras brotan desde el sentimiento mismo y siento que él vivía intensamente lo que cantaba. No es cantar por cantar, sino cantar esas letras que te llegan al alma e interpretar fielmente lo que quiso decir el compositor. Aquí equiparo a un buen cantante con un buen actor, que es capaz de ponerse en los zapatos de cada personaje que encarna.

Por ese motivo, Monroig ha interpretado tan magistral y fielmente los desgarradores tangos de Enrique Santos Discépolo. Para muestra los tangos “Uno”, “Yira Yira”, “Confesión” y “Desencanto”, entre otros.

Además, me gusta el artista que es capaz de contar con los matices de su voz la historia explícita en el bolero. La mayoría de los boleros cuentan una historia, sea de amor, traición o despecho y el buen intérprete sabe dale vida con el tono adecuado en cada ocasión.

Podría poner como ejemplo a Solís, que cuando el caso lo amerita su voz se torna como un suave arrullo y en caso contrario, surca las alturas. En las canciones “Esta tristeza es mía” y “Entrega total” su voz es como susurro de palmas mientras que en “Tu voz” y “Luz de luna”, el Rey del Bolero Ranchero cuando es necesario, porque así lo dictan las letras de la canción, se eleva en un grito armonioso para volver a descender suavemente, como si nos contara algún secreto.

No en vano, Javier Solís fue llamado “La Voz sin mancha”, por la claridad, fluidez y el manejo excepcional de sus registros vocales, como el trinar del sinsonte.

Soy un fanático tan furibundo del artista borincano que en otra ocasión relaté que el día que murió Monroig recibí las condolencias de mis amigos como si fuera un miembro de la familia del boricua. Lamenté tanto no haber podido ir a verlo actual en los diversos lugares en que se presentaba en el país. Sobre todo, en La Barca, un restaurante que existía frente al Malecón de la capital y donde Monroig se presentaba con cierta frecuencia.

El propio artista puertorriqueño afirmaba con mucha frecuencia que amaba esta media isla, que en un momento era prácticamente el único país donde se presentaba.

Las canciones de Monroig fueron la perfecta excusa para recibir muestra de afecto de amigos y familiares, hasta el punto en que acumulé prácticamente la discografía completa de la Brillante voz de Santurce. El regalo ideal en ocasiones especiales como mi cumpleaños o el Día de los Padres.

Recuerdo la grata ocasión en que fui a visitar a mi inolvidable hermano Pedro Antonio Belisario Durán, ido a destiempo, y me sorprendió con el CD original “Gilberto Monroig y su guitarra” sin ser una fecha especial, solo como una muestra del cariño y la comprensión que sentía por mí. Solís era el bolerista, porque su fuerte era la salsa, preferido de mi fenecido hermano y, sobre todo, la canción “Esclavo y amo”.

Pero, además, las canciones de Monroig, como es natural, están vinculadas a momentos muy especiales de mi vida: “Seguiré mi viaje”, “Hilos de plata”, “Di corazón”, “Un imposible amor”, “María Dolores”, “Nuestras vidas”, por mencionar algunas.

Me alegró descubrir que Gilberto Monroig ganó un Disco de Oro en el 1959 con una canción de un dominicano, como fue «Egoísmo», de Moisés Zoaín. En 1964 obtuvo otro Disco de oro con «Simplemente una ilusión» de Héctor Urdaneta, una de sus mejores interpretaciones. Además de los hermosos y sentidos boleros que incluyó en su repertorio, Monroig cantó tangos y una salsa que me encanta: Mi jaragual, que aquí popularizó el Sonero Mayor, Ismael Rivera.

Podré navegar por las cálidas aguas de la curiosidad por descubrir o redescubrir boleros y boleristas, pero siempre termino en el puerto manso donde anida la voz romántica de Gilberto Monroig y me digo: ¡carajo este hombre canta con el alma!

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Lo último