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domingo, abril 28, 2024

Conversaciones vulgares y asquerosas entre estudiantes

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Gomez reía que tenía el suficiente nivel de inmunidad como para no escandalizarme al escuchar ciertas cosas. Ayer, 26 de enero, día del patricio Juan Pablo Duarte, fuertes síntomas   de asombro y de vergüenza me revelaron lo vulnerable y endeble que soy aún.

No sé si a ustedes, los que ya pasan de los 60, les pasa lo mismo, pero yo cuando veo un enjambre de estudiantes que​rozagantes y alborotados salen de un recinto escolar, me siento invadido de  los recuerdos de mi época. Me sobrecoge un inevitable sentimiento de nostalgia. Las conversaciones animadas de temas variados, los debates de los contenidos de las clases, y hasta las evaluaciones y críticas informales a profesores y autoridades de los recintos, entre comentarios deportivos, políticos y familiares, eran conversaciones sobre las que discurríamos con la   normalidad.  Eran todas estas sanas expresiones parte del entusiasmo que brotaba de nuestras energías juveniles. Esa evocación a nuestro pasado estudiantil tiende resultarnos reconfortante y grata.

Pero ayer, repito, miércoles 26 de enero de 2022, día del patricio Juan Pablo Duarte, viví la experiencia de cruzar a pie entre un  grupo de estudiantes que acababa de salir de su recinto escolar. Por simple asociación con mi vida pasada, al ver los uniformes y pertrechos escolares, me asaltó el sentimiento de mis años estudiantiles de secundaria.

No era que esperaba escuchar el eco de nuestras conversaciones de aquellos años. No me reconozco tan ingenuo. ¡Horror! Pero tampoco pensé que iba a escuchar lo que llegó mis desprevenidos oídos. En unos 40 segundos, crucé la aglomeración estudiantil que posaba en la acera frontal del recinto.  Escuché tres, cuatro conversaciones que estaban en desarrollo, todas giraban sobre el sexo. Usted me preguntara:

–¿Y cuál es su asombro señor? Es un tema normal, es una parte de la vida que todos tenemos derecho a abordar sin cortapisas.

–No, no es el tema, es su tratamiento, es el lenguaje. Es el desparpajo y la forma vulgar, desvergonzada y sin ningún pudor con que hablaban estos jóvenes –hembras y varones reburujados– de estos temas lo que me erizó la piel y me acalambró las entrañas.  Es el descaro, es esa lascivia verbal con que pintaban y se referían a experiencias y prácticas sexuales propias. Lo escandalosamente preocupante era la manera distendida y normal con la que llevaban sus conversaciones.

Cuando terminé de pasar por esta aglomeración estudiantil me quedó en la cabeza un estampa fastidiosa y repugnante de la escolaridad presente.  Me preguntaba qué aprenden estos muchachos hoy en la escuela, cuáles son sus metas, cuáles son sus intereses inmediatos, que pensaran sus padres, cuál es el futuro de la patria de Duarte.

Ya fuera del bullicio estudiantil, un vigilante que estaba a pocos pasos de la aglomeración, al ver la frustración que se dibujada en mi rostro, me dijo: “No se asombre señor, esas conversaciones vulgares y asquerosas son las que estos estudiantes, hembras y varones, ponen aquí todos los días».

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