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martes, abril 30, 2024

Si la gente supiera, Raquel

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La vicepresidenta de la República, Raquel Peña, no especula cuando afirma que “si la gente supiera la crueldad del Covid-19 estuviera haciendo filas para vacunarse”.

Esa es la clave por la que estamos envueltos en este marasmo de ignorancia.

La afirmación de la señora Raquel Peña desnuda tanta crueldad como el Covid-19.

Es algo muy cruel que la gente no lo sepa, teniendo quien se lo diga.

Y todavía, es más cruel que la gente esté dando, todos los días, el dinero suficiente para que se lo digan. Para que la enteren de tan terrible crueldad.

Señora Raquel Peña, la gente debiera de saberlo más, si su Gobierno utilizara para decírselo, un pequeño porcentaje de lo que se invierte en publicidad todos los días.

El Gobierno invierte, desde la misma presidencia de la República, centenares de millones de pesos a diario, en publicidad y propaganda que se la lleva el aire.

Doña Raquel, ordene que la gente responsable de colocar esa publicidad, le informe de los millones que su gobierno, invierte a diario que “estamos cambiando”. Y verá lo cruel que resulta que ese dinero no se vulgarice y se use para reforzar de manera inteligente la consigna de “yo me vacuno”, “vacúnate”, etc.

Supongamos

Supongamos que en los meses que lleva el Gobierno en sus funciones, ha invertido 100 mil millones de pesos en publicidad volátil y comisionable.

Un diez porciento de ese monto serían, más o menos, diez mil millones de pesos.

Que no son diez, ni cien, ni mil pesos. Son diez mil millones de pesos.

Y supongamos que un estratega que no sea de los que recomiendan la forma en que se gasta ese dineral, idee vulgarizar esa inversión.

Copiando la forma en que el platanero del triciclo con su bocinita conectada a una batería, anuncia con gracia natural, en el barrio, la mercancía que ofrece.

Y lo hace hasta que su eco provoca que la vecina salga a ver si es cierto lo que anuncia.

Finalmente, la vecina compra la libra de yuca, o los mangos, o los plátanos maduros, o la piña, etcétera.

El triciclero no invirtió nada para alarmar al vecindario y atraerlo. Y vendió.

Son miles

Las instituciones públicas disponen de miles de vehículos, todos con tanques llenos de gasolina y baterías nuevas.

Como suponer no cuesta nada, supongamos que esas flotillas de vehículos oficiales son instruidas para sumarse a una campaña, colocando una cinta grabada, por un vocinglero como el triciclero, y su bocinita, que no vale más de dos mil pesos; o como lo hace el de la camionetita que anuncia en el barrio que “compra todo lo viejo”.

El eco de estos dos protagonistas juglares de la propaganda no menos moderna que la antigüedad, llegaría lejísimo.

Ese ejército de promoción vulgar rondando día y noche en los barrios, alrededor de los puntos de vacunación y en donde se aplican las pruebas PCR, o la que sea, con su grito de “vacúnate…, yo me vacuno”, y otras consignas más vulgares, todavía, es posible que la alarma se generalice.

Y eso no costaría, seguro que no, los cien millones que el Gobierno está invirtiendo a diario, en publicidad y propaganda, pagados desde el mismo Palacio Nacional, donde reposa el escritorio de la vicepresidenta Raquel Peña.

Hay que vulgarizar esa inversión. Y los medios están a la mano. Y no habría que pagar comisiones y no sería tan fácil llevarse entre las uñas, parte de esos fondos.

Tal vez, la crueldad mortal del Covid-19, sería menos cruel que tirar tantos millones al aire.

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