Desde hace más o menos dos décadas, el periodismo dominicano se ha difuminado en su rol de ente denunciante; prácticamente ha desaparecido la distancia profesional que debe haber entre un periodista y el funcionariado.
Aunque hasta el momento no sabemos si ello obedece a un plan neutralizador de la clase dominante y corporaciones político-partidarias que nos han desgobernado, lo cierto es que esta cuasi matriz mediática, consciente o inconscientemente, se ha presentado en los últimos gobiernos. No sólo en el que encabeza, Luis Abinader.
Contrario a otros tiempos, cuando refulgía un periodismo más sobrio, ético y vertical con respecto a enfrentar los desaciertos en la Cosa Pública, hoy no es nada extraño que un periodista-no todos-, sea cómplice de cualquier funcionario del Estado, al extremo de visitar su hogar; conocer a su esposa e hijos, y, hasta “asesorarlo” en asuntos del Estado.
Y, la única condición para ello, es que sea funcionario. Porque hay un tiempo muy distante entre los amigos de infancia y adolescencia, y sus nuevos “canchanchanes”. Esta práctica nos señala que, cada vez más, se entumece lo que debería ser el principal papel del periodista que debe bien comunicar y denunciar.
Esa actitud, de alguna forma, aletarga más a un pueblo que, aunque algunos tilden de valiente, todavía es fanatizado y carente de una efectiva condición de calidad de ciudadano que, sobre todo, no opte por simples escaramuzas, al defender sus derechos.
Y, si esta complicidad periodística hasta ahora no es más visible, es porque las opiniones escritas no evidencian estos flirteos y “amarres” que, de modo definitivo, reflejarían estas sinuosidades.
En otras palabras, contrario a lo que creen algunos, podríamos decir que es en esta coyuntura política con todo y algunos inconvenientes, cuando gobernar es más cómodo. Hoy, aparte de casos aislados, gobernantes y funcionarios manejan la cosa pública con muy escasos cuestionamientos del sector periodístico.
El autor es periodista, miembro del CDP en Nueva York, donde reside.
