Recientemente acaba de ocurrir en Puerto Rico que Néstor Rodríguez Sotomayor, ex agente de la Policia, entró a las 10.30 p.m. al restaurante «By the River» y asesinó a Erika de Rodríguez su ex-pareja, una mujer de 47 años, hecho cometido en presencia de la hija de ambos de 14 años y los clientes.
Cuando hechos de esta naturaleza ocurren nos encontramos ante actos que nos producen horror incluso en personas profesionales como yo que soy egresado de la Universidad Complutense de Madrid en el campo de la Antropología y posteriormente fui profesor invitado al Departamento de Antropología de la Universidad de Durham en Inglaterra.
No es posible quedarse con el cerebro relajado como si se fuera al cine a ver una película sobre el tema y después irse a tomar un par de frías con su novia.
Ese caso, demasiado frecuente, nos lleva a pensar si es posible evitarlo o que al menos se reduzcan el número de casos cada año. Honduras tiene el horroroso mérito de encabezar el liderato con cuatro casos por cada 100 000 personas lo que significa 411 al año y que nosotros en RD se haya crecido un 23% en lo que va del año en comparación con el año anterior. Aunque el número es bastante más bajo que Honduras.
¿Es que esas personas asesinas tienen el cerebro dañado? Creo que sí. Pero no por razones biológicas. Si lo fueran por razones biológicas habría más esperanzas, pues habría alguna medicación, como en el caso de las muertes por ataques cardíacos u otro tipo de males.
Lo que daña el cerebro es el entorno que valoriza conductas violentas como símbolo de masculinidad. Esas personas de niño aprendieron del entorno, el mérito de esa conducta y el policía mencionado no pudo resistirse a hacer lo mismo que en muchos casos a él le tocó asistir como oficial del cuerpo del orden. Esto en concomitancia con la apreciación de que portar un arma es también símbolo erróneo de virilidad.
Parece que de poco sirve intentar sacar de la mente un valor colectivo. En los países de religión islámica, la mujer es una propiedad personal de los maridos quienes son los únicos con derecho a verlas al grado de que los talibanes de Afganistán intentan generalizar que ni los ojos se deben mostrar, así que las mujeres deben ver a través de rejillas.
Por mi parte, existe la esperanza de que líderes femeninas encabecen la lucha de esta inhumanidad y quién sabe si las maestras puedan iniciar el camino, pero me temo que falta mucho tiempo para que esto ocurra.
