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domingo, mayo 5, 2024

La imagen que me sigue

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“¡Tú vienes como visita de médico!”, me espetó Alfredito, a quien sus amigos llaman Makikí. Mi hermano mayor demandaba sobre el por qué me marchaba prontamente cuando lo visitaba a su casa de entonces, en Las Palmas de Herrera.

No sé si lo entiende ahora. Yo no soportaba el verla con la cerviz baja; encorvada en aquella vieja mecedora. No era posible que esa mujer antes tan activa, estuviera en esas condiciones.

Recuerdo la ocasión en la que me dijo: “Fernandito, ayúdame a ponerme este vestido”. Cuando lo hice, casi trémulo y anonadado, comprendí que era el final. Bien recuerdo que en la pequeña cocina del que fue nuestro hogar de la calle Barahona, mirando hacia el patio, se me salieron las lágrimas.

No asimilaba la opinión de algunos amiguitos de que, un pelotazo en un seno, cuando ellos jugaban béisbol en la calle, provocó el cáncer de mama que le aquejaba. La veía auscultarse el pecho a cada rato; pero en mi ignorancia de aquellos tiempos, entendía que era una molestia pasajera.

Luego todo se complicó. Para cubrir algunos gastos de su enfermedad recuerdo oír cuchichear a algunos familiares que venían de Sánchez, Samaná, sobre algún dinero que habían colectado, fruto de la venta de terrenos de una finca de cocos que poseía mi fallecido abuelo Alejandrito De León.

Cuando falleció me vi solo en aquel humilde hogar, porque me resistí a ir a vivir al sector de Herrera. Entonces fue que hube de convencerme de lo que realmente significaba Juana, mi madre. Aquellos días fueron muy tristes. No podía vencer el luto.

Sufrí mucho luego de haberle entregado la vivienda a don Polo. En ese capítulo de mi existencia, tuve que sacudirme. Me involucré en un grupo que amenizaba fiestas privadas. Obtenía algún precario sostén. Mi padre, Carlitos Pina (Callito), me ayudaba con algún dinero al final de cada mes.

A décadas de aquél funesto acontecimiento, y residiendo en Nueva York, en algunas madrugadas, mientras duermo, me sigue aquella imagen de Juana. A veces despierto jadeante y a punto de sollozar otra vez como en aquellos tiempos.

El autor es periodista, miembro del CDP en Nueva York, donde reside.

 

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