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martes, abril 30, 2024

Experiencias vividas XV

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En mi artículo anterior anuncie a qué atribuyo estar vivo todavía. Sin duda he tenido suerte, porque el 25 de abril de 1965 en República Dominicana, cuando todavía no estaba armado y nos encaminamos hacia la toma del palacio nacional, los aviones P51 empezaron a disparar balas calibre 50 y vi caer delante de mí a varios.  En eso, el conductor de una patana que tomó la dirección en que íbamos nosotros enaltecidos por el lado sur del Palacio Nacional, se detuvo, abandonó el vehículo y salió huyendo en dirección contraria. De repente se presentó ante mí un refugio. Me introduje debajo de la patana y salí de ahí cuando los aviones dejaron de disparar.

Si eso no es suerte, no sé cómo llamarlo.

El 24 de abril, el ejército y las Fuerzas Armadas en general se dividieron, y una parte de ella repartió armas a la población civil y por eso unos días después en mis manos cayó un fusil ametralladora Cristóbal, con la cual participé en el ataque a la fortaleza Ozama ocupada por la Policía Nacional.

Los ocupantes de esa fortaleza terminaron huyendo despavoridos, algunos se salvaron de caer prisioneros porque se lanzaron al pavimento unos 10 metros de alto y cruzaron el río Ozama. Siempre me he hecho la pregunta si yo sobreviviría un salto de esa magnitud sin fracturarme las piernas.

El caso es que los 27 prisioneros que se rindieron, me fueron entregados para su custodia y los alojé en un juzgado civil que quedó sin servicio en la calle José Gabriel García en la zona denominada Ciudad Nueva.

Seguramente estaban temerosos de que haríamos nosotros con ellos, pero creo que hice lo correcto, al garantizarles la vida, y sobre todo decirle las razones por las cuales nosotros luchábamos en restituir el gobierno elegido democráticamente en diciembre de 1962 donde fue elegido Juan Bosch.

Me dediqué a calmarlos de sus temores y decirle que no los maltrataríamos y que ellos podían sentirse tranquilos.

Eso ocurría en circunstancias en que esos 27 hombres entrenados en armas apretujados en el suelo y yo y mi ayudante vigilante, evidentemente si se ponían de acuerdo podrían fácilmente dominarnos y hacerse de las dos armas con que los custodiábamos.

Yo marchaba frente a ellos sentados en el poco espacio disponible y con mi carabina colgada al hombro derecho paseaba de un lado al otro, mientras mi asistente, con otra carabina vigilaba la puerta de esa improvisada cárcel.

Mi inexperiencia salió a flote. y en un momento de los siguientes días, uno de ellos me pidió conversar a solas. Encargué a mi asistente que vigilara mientras yo conversaba en el sanitario con el soldado.

Me dijo francamente: aquí entre nosotros hay un coronel famoso por su violencia y ese hombre en un santiamén lo puede dominar.

Ahí me desperté del sueño en que creía que solo mis palabras eran suficientes.

Pedí más aumento de vigilancia y tomé distancia prudente obedeciendo al consejo del prisionero.

El escenario de la insurrección crecía rápidamente. El 28 de abril empezaron a llegar las tropas norteamericanas. Así que USA no pestano en evitar una segunda Cuba. Ciertamente la revolución cubana solo tenía 6 años de vigencia y gozaba de simpatía indudable.

Pero la dirigencia del movimiento insurreccional comandado por el capitán Pena Taveras, José Aníbal Noboa, el mayor Juan María Lora Fernández, Eladio Ramírez, así como Héctor Lachapelle estaban muy lejos de esos propósitos

Se evolucionó hacia la formación de los denominados comandos que prosperaban en varias zonas de la ciudad. Yo termine formando uno de esos con personas de Moca que denominamos el comando Los Mocanos.

Se dispuso que Evelio Hernández ocupara la posición de vigilante de los prisioneros.

Cuánta razón tengo para decir que el consejo del prisionero me salvó la vida, porque a Evelio Hernández se le sublevó el coronel temido, pero para entonces ya habíamos aprendido y estábamos en capacidad de repeler y quien perdió la vida fue el coronel rebelde.

Yo no creo que mi ingenuidad y falta de experiencia militar en esos primeros momentos fuera capaz de doblegar al personaje aludido.

 

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