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jueves, mayo 2, 2024

El viacrucis de un paciente

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El sistema de la salud en el país está desahuciado, con sus órganos afectados por metástasis, los signos vitales descontrolados, la atención hospitalaria en un “coma inducido” a resulta del desprecio y discriminación a los pacientes -que en su mayoría son pobres y mujeres-; con una “seguridad social”  que no es ni seguridad ni social, con el servicio 911 descalabrándose cada día  y con un servicio médico precario, medalaganario y limitado.

Ese diagnóstico está registrado por investigaciones recurrentes, por denuncias frecuentes y demandas constantes y padecidos por quienes “ para no tirarse a muertos” se entregan al suplicio de un viacrucis que  supera al de Jesuscrito cargando la cruz y su posterior crucifixión, con la ventaja para El Salvador que solo lo sufrió una vez pero los pacientes dominicanos están encharcados en esa endémica situación.

Una reciente investigación a cargo de la Alianza Por el Derecho a la Salud retrata el cuadro clínico del sistema sanitario del país, destacando que de los tres niveles en que se estructura la oferta estatal de salud, el primero, que debe ser preventivo y ambulatorio “tiene muy baja capacidad resolutiva”, el segundo ( hospitalización) “ sufre un deterioro progresivo” que revela” la profunda crisis estructural y conceptual del Sistema de Salud de la República Dominicana”.

La investigación es incisive en los otros componentes del sistema, como la seguridad social, pero la misma puede ser considerada como “insumo” para “entendidos” en los asuntos de alta política y para generar propuestas y planes, como los que se esperan en la reforma del sector en que se ha comprometido la administración del presidente Luis Abinader.

Sin embargo, la realidad cruda, “monda y lironda” rebasa toda explicación investigativa y es más gravísima: presenta a un paciente que solo la suerte le puede dar el precario servicio en un hospital que carece de todo: equipos, de médicos, de la atención de doctores, de camas, de todo lo necesario para recuperarse o morir con dignidad en eso que se ha calificado como “cementerios de vivos”.

Una reciente experiencia con un amigo me confirmó esa desgracia. A ese amigo, paciente de diabetes y que confrontaba una crisis de su dolencia, para internarlo finalmente en un centro público pasaron más de tres días pese a que un solidario y eficiente funcionario de una entidad social y un reconocido y respetado líder de opinión contactaron al  ministro de Salud Pública quien respondió positivamente; intervinieron allegados al circulo de amistad que tienen conexiones con ejecutivos hospitalarios y funcionarios medios del hospital Moscoso Puello, donde el paciente tuvo dos días y tres noches en emergencia; en el Instituto de la Diabetes, donde También las relaciones primarias actuaron fue imposible internarlo porque exigían 150 mil pesos de adelanto, hasta que finalmente  un gremialista médico y un director sectorial del Salvador B. Gautier lograron su internamiento en ese marginado hospital.

La realidad del sistema de salud del país es para ya haberle “pasado más de los nueve días” pero el dominicano es de una complexión y una “salud de hierro”, y como “la esperanza es lo último que se pierde”, todavía confío en que el presidente Abinader saque del “ coma inducido” al paciente y rápidamente este pueda presentar un cuadro clínico más saludable, robusto, sano.

La reforma que se espera en el sector salud, el manejo eficiente y eficaz que hizo la administración de la pandemia de COVID-19 – que ha merecido reconocimiento internacional- y la templanza  que ha dispuesto se maneje el Ministerio Público bajo la rectoría de Miriam Germán son acciones y hechos que hacen confiar en que la salud dominicana también generara una nueva esperanza y un vivir más digno al pueblo dominicano.

12 horas después de que escribiera esos párrafos y a la espera de la necesaria corrección de un amigo, conocí el desenlace fatal: murió Conde Wilfredo Olmos Golibart ( El Gran Farsante), y a quien me refería en un párrafo anterior.

En el párrafo último hice una petición al Presidente de la República, ahora le hago un reclamo a Abinader – que me perdone la confianza, pero su sencillez me permite ese exceso-:  la muerte de Conde no será la última resultado del viacrucis de un paciente en los hospitales públicos, pero si tiene que ser a partir de la cual se inicie la cuenta que  disminuya ese tipo de desenlace.

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