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lunes, mayo 13, 2024

«Donde quieres que esté…»

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No recuerdo cómo ni cuándo ni dónde pero si que desde ese entonces su atildado desgarbo, su comedido desparpajo, su sonrisa siempre refrescante coronando su espontáneos y afilados decires que sus lentes prematuros confirmaban la indagación sustentados y ese permante solicito por  interesarse en el otro me arrimaron a ella desde ese entonces que su correspondiente, Julio me la presentará.

Ya entonces se habían matrimoniado en una ceremonia en el San Juan  de su origen, al que llevó a Julio desde la calle 8 ,del ensanche Espaillat en la que él y yo éramos los dos más » discretos» ( por no decir el término con que se define a los nuestros), y que las fotos me hacían burlarla con aquello – me arriesgo a escribir consciente del repruebo feminista- de » el la ayudó».

Sus inquietudes y afanes se me hicieron cotidianos cuando en los primeros años ‘ 90s coincidimos en el diario Última Hora, dónde su calidad profesional destacó y su espontáneidad se clasificó con  la de la maestría de Sara Savarin y la rispida con que nos sorprendía la discreta Vivían Jiménez, siempre » remolina» antes los destornillantes embates de Aristófanes Urbaez (Babu), Leoncio Compres y Frank Núñez ( El Porta).

Los cuatros últimos, junto con Emilia Pereyra, Tony Pérez  y Elina María Cruz llegaron desde el periodico El Siglo,  en su primera crisis,para reforzar la edición dominical a cargo del cuidadoso  Juan Delancer, en un intento del vespertino por captar la que se estima era  mejor rectoría.

Tras una pausa, nos volvimos a encontrar en El Siglo, cuando el periódico retornó por más tiempo a su oferta inicial,ahora bajo la dirección ejecutiva de Osvaldo Santana, compañero de escuela y de afanes de Bienvenida Alvarez Vega, fundador y primer director de ese magnífico diario que su atadura a los bancos comerciales potenció y también finiquitó.

Su «rebeldía ecuánime», resultado de su inteligencia ,su autoestima y su efluvios epocales, las llevaron al periódico Hoy, acuciada por la templanza de Alvarez Vega, quien en un pie de foto le cambió erróneamente su segundo apellido por un españolizado » Solchaga», con el que desde entonces la llamaba.

La última vez que la Vi fue el pasado año, cuando murió Conde Olmos, otro de su estirpe, de esa que dota a algunos/as de tantas y abundantes cualidades que reparten entre sus cotidianos y les alcanza para siempre.

Su condición última me paralizaba, y aunque me inquietaba su estado, el temor que esté martes sacude, hacia que fuera parco con ella, y por distintas vías me informaba de su conficion, después del 24 de marzo, día de su cumpleaños, apenas hablamos dos o tres veces.

Su último gesto hacia mi fue,cómo siempre un agrado: en esta su más cuenta gravedad sonrió cuando la solidaria Altagracia Ortiz le presentó un libro que le envié. Ese era uno de nuestros vínculos, con el que ella atizaba mi modorra.

«Temprano levanto la muerte el vuelo,

temprano madrugó la madrugada,

temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,

no perdono a la vida desatenta,

No perdono a la tierra ni a la nada».

Con tu amado Joan Manuel Serrat, – que se vale para todo y todas/os,  de ese a quien tu veneraba, Miguel Hernández, también te digo:

Si, Solchaga, tu no te merecerías esa muerte,

Nosotros  tampoco!

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