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lunes, mayo 6, 2024

Comportamiento político, factores estructurales y legitimidad

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“Hemos dejado de recordar para buscar, hemos dejado de pensar para buscar, y estamos casi dejando de decidir para estar en la búsqueda permanente. La relación entre el bien abundante (la información) y el bien escaso (el tiempo para procesarla) está provocando que las reacciones desplacen a las reflexiones en nuestros procesos cognitivos”. (Antoni Gutiérrez-Rubí, La fatiga democrática).

No hay duda que el comportamiento político está determinado, en gran medida, por la ejecución de las reglas, por la legitimidad, esto es, por la institucionalidad, que es la aplicación de las normas concernientes a una institución determinada.

Los factores estructurales (infraestructura y superestructura) están ahí y en esta eterna procrastinación que hace la elite política y empresarial, pesarosos como una espada de Damocles, sobre nuestra formación social. Esos factores estructurales, que han venido cambiando como el trabajo de un oso perezoso, se agigantan y se anidan en todo el tejido social, económico e institucional. Verbigracia: Las desigualdades económicas y sociales, territoriales, son altamente pronunciadas en el seno de nuestra sociedad.

¡Confieso que no estoy de acuerdo con esta democracia tan disfuncional y tan groseramente excluyente! Un país pequeño (48,442 kms²) y 11 millones de habitantes, cuasi similar a una provincia de Colombia, Venezuela, México, Argentina, Brasil, en tan poco territorio hay 4 agendas, de 4 espacios horridamente distintos, enormemente diferenciados.

¿Cómo explicar que un país que en los últimos 10 años ha visto crecer su PIB de manera significativa, llegando a tener hoy un alcance de US$114,000 millones de dólares, y que pasamos en el 2022 a la séptima economía de la región de 33 países, y con un ingreso medio alto, tengamos indicadores económicos y sociales que producen una afrenta a todo aquel que crea en los demás, que crea en Dios y de aquellos que no creen? Los factores estructurales que nos drenan como sociedad se producen, en gran medida, por el diseño institucional y la clara obviedad de la rémora de la cultura política, de los actores políticos que nos han dirigido.

El ser humano es un producto social y, por tanto, el resultado de su época. Joaquín Balaguer nació en 1906, en medio de una sociedad sumamente atrasada, precapitalista en el orden social, económico e institucional. Vivió la intervención norteamericana y cuando Trujillo llegó al poder contaba con 24 años. Se adhirió al poder tiránico desde su génesis hasta el tiranicidio. Que gobernara como un Estado bonapartista es, esencialmente, un encuentro con su historia. Pocos seres humanos logran trascender su época.

Por ello, la sociedad precapitalista en que se acuñó el más exitoso de los políticos del Siglo XX, no lo podemos cuestionar, porque su blasón está acotejado en la prehistoria. Los últimos 50 años de la historia dominicana del Siglo XX fueron, haciendo un análisis de corte longitudinal, la época de la modernidad en la mayoría de los países que hoy tienen un alto bienestar.

La cruzada de la historia es bosquejar lo que significaría el tramo a partir de 1996. Grandes expectativas: por primera vez en la historia republicana, en la historia política, dos partidos liberales competían por el poder político. Dos candidatos, excelentemente bien formados, uno un gran líder socialdemócrata, otro un joven cuasi ubicado ideológicamente en el arcoíris de centroizquierda. Para una gran mayoría colocados en el ala liberal, girando al epicentro altamente progresista, el panorama nos arrojaba a una crisis existencial.

Cuando vimos el Frente Patriótico muchos dijeron que el PLD, con el apoyo de la derecha, luego realizaría una ola de transformaciones, incubadas en su “propia agenda”. La práctica, que es el criterio de la verdad, desmitificaría las expectativas y los desafíos, no solo de un pensamiento progresista, sino de una generación nueva al poder. Avizorábamos una disrupción desde el Estado. Un proceso de modernización desde el Estado con verdadero contenido, cuya base esencial era el Estado de derecho, esto es, la justicia, la transparencia, el imperio de la ley, como corolario de la institucionalidad. El desafío a partir de 1996 lo constituiría una verdadera gobernanza efectiva, que tuviera como matriz principal la asunción del marco institucional y la lucha por igualar en los territorios a los ciudadanos.

El hiperpresidencialismo siguió guiando en el diseño institucional, pero, sin compromisos ciertos. La agenda personal y particular se impuso. La prehistoria política se soliviantaría en lo que sería la historia presente, para empinarse y doblegar a “aquellos” que se definían de liberación nacional. Los 20 años del PLD significaron un entramado de populismo autoritario y una enorme corporativización clientelar. Los cambios estructurales han sido tan procrastinados, tan pospuestos, que lo que vemos y asistimos es fruto y expresión de las faltas de decisiones reales desde hace 20 años, 15 años, 10 años.

Aquella fuerza política, hoy dividida, se transformó de un ala liberal a representantes de la fuerza conservadora de la sociedad dominicana. Llevaron a la sociedad dominicana a un tramo mayor del conservadurismo. Hoy la Fuerza del Pueblo significa la fuerza más conservadora de los partidos con posibilidades de llegar al poder. Como diría Joseph Colomer “unas instituciones democráticas bien diseñadas deberían ser capaces de tomar decisiones colectivas vinculantes apoyadas por la mayoría de los votantes, proveer bienes públicos eficientes y equitativos, favorecer los acuerdos consensuados y evitar graves enfrentamientos”. El PLD, en los 20 años, prolongó la larga transición.

La fatiga democrática se advierte en la mayoría de las encuestas que han profundizado en el quehacer político, social, institucional y económico. Ello se explica porque los cambios estructurales necesarios, inevitables, no se llevaron a cabo en el interregno aludido precedentemente. Lo que vemos hoy, desde la perspectiva social, económica e institucional, es la perpetuación no resuelta. Veamos:

1)    De cada 100 personas vinculadas a asaltos, atracos, robos, el 98% es joven entre 17 y 30 años. Los muertos por la Policía, tipificados como delincuentes, son jóvenes. Todos esos jóvenes ¿dónde se fraguaron, dónde se desarrollaron como laboratorio social viviente de esta marginalidad y exclusión?

2)    ¿Cuántos años tenemos con la tasa más alta de jóvenes sin trabajo ni estudio? De igual manera, ¿cuántos años tenemos con la tasa más alta de embarazos en adolescentes, la mortalidad materna tan alta, la neonatal, con la inversión en salud más baja de la región?

3)    Todo el déficit institucional, la carencia y falencia traducida en la corrupción y la impunidad, generando una calidad de la democracia espantosa, ¿de dónde dimana, de dónde se deriva?

4)    De igual manera, ¿es cierto que la educación dominicana está peor hoy que hace 10 años, que está estancada, con respecto a qué? Asistimos a una verdadera leyenda urbana donde la opinión pública se quiere imponer a la verdad. La verdad es que nuestra educación no sirve desde hace mucho tiempo. Comencemos con un presidente que aprobó la Ley 66-97 y lejos de respetar la misma, la desconoció, la violó por más de 16 años: 1.8-2% a la educación. Los resultados eran que se quedaban más de 300,000 niños (as) sin escuela cada año. No había planteles. Los maestros ganaban RD$14,000.00 a RD$17,000.00 pesos mensuales. Los mejores se iban a los mejores colegios y existía una alta rotación del capital humano. ¿Qué significó a partir de 2013? Hay una cobertura del 98% de acceso a la educación. Por primera vez profesores de colegios privados se van al sector público. Mejores profesores son seleccionados de ISFODOSU. Los profesores ganan entre RD$45,000.00 a RD$60,000.00. ¡Hay espacio para una mayor y mejor calidad! La educación estaba en la ruina, en la cocina con anafe de carbón, entre 1996-2013. La cantidad genera la calidad, ese es el gran desafío de la sociedad y de los actores políticos, de hacer un esfuerzo serio por una mejor educación.

5)    ¿A partir de cuándo tenemos parámetros, hemos medido la educación? PISA (2018), Diagnóstico de Evaluación del MINERD (2023). No existen estudios referentes anteriores, por lo tanto, todo discurso pasa a ser una construcción de la posverdad de la manipulación mediática. Todos los informes internacionales: Banco Mundial, CEPAL, BID, tipifican, sobre todo en ALC, que ha habido un proceso de estancamiento de la educación básica y pre universitaria, donde perdimos entre 1.6 a 2 años como consecuencia del COVID-19.

Las instituciones del sistema menguan en los estudios de encuestas, una verdadera erosión existe en los partidos políticos, en la percepción hacia la democracia. En Gallup/RCC Media, 65 de cada 100 no están identificados con ningún partido. En Mark, PENN/ Stawell, para los años 90 solo 7 de cada 100 no estaban identificados con partidos. Hoy: 32/100. Al mismo tiempo, se ausculta en los estudios toda la problemática relativa al estancamiento de los ingresos, la desigualdad y la lenta movilidad social.

Solo un 30-32 % de la población pertenece a la clase media, media alta y alta. El 68% de la población dominicana está en la esfera de la estratificación social pobre y vulnerable. El más reciente estudio de la CEPAL y el Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo resaltó cómo la desigualdad social creció en República Dominicana entre 2010-2019. Cuando el BID escribió el estudio Cuando la prosperidad no es compartida, hablaba de la poca distribución de la riqueza y de cómo esta solamente llegaba a unos pocos. Una economía que crece, dejando secuelas de marginalidad y excluidos, expresados en una movilidad social lenta y pesarosa, de tal manera que la movilidad intergeneracional se encuentra frisada, congelada.

Esto es un símbolo de una democracia disfuncional derivada de un comportamiento político atrincherado en sus beneficios personales, merced a la opacidad, falta de transparencia e impunidad. Es momento de una subversión, aun sea sigilosa, que desmonte ese espacio de autocratización que tenemos y abracemos más una democracia funcional.

 

 

 

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