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miércoles, mayo 8, 2024

Amaya Salazar: un periplo sensorial

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Adelante… adentrémonos a un mundo silencioso, mágico, de escenas etéreas, figuras indefinidas y colores imposibles. Se trata de la obra de Amaya Salazar, artista visual de la generación de los ’80, una veterana que está sólidamente posicionada como una de las artistas visuales que lideran la escena contemporánea de la República Dominicana. Amaya, voz que es un poema en sí misma, es una palabra del euskera, idioma hablado en el País Vasco que significa “principio y fin”; y es que Amaya, aunque ha forjado toda su carrera artística en Dominicana, es descendiente de vascos.

Nace en Santo Domingo (1951). Su formación como artista se inicia en la Academia de Julia de Guerra en Santo Domingo; también fue orientada por el maestro Cándido Bidó. Luego asiste a la School of the Museum of Fine Arts, Boston, en Estados Unidos y posteriormente a la Academia Artium en Madrid, España. Expone por primera vez en el país, en Casa de Bastidas en 1981, y desde 1987 ha presentado muestras individuales y colectivas en España, Francia, Italia, Panamá, México, Canadá, Estados Unidos, Puerto Rico, Curazao…

Hoja
Hoja

Su obra forma parte de importantes colecciones privadas y públicas, en instituciones como el Museo de Arte Moderno, el Banco Central, el Consulado de Estados Unidos en RD, National Museum of Catholic Art and History en Nueva York, y un amplio etc., porque Amaya es una artista inquieta, trabajadora, sistemática, disciplinada e incansable, con una amplia producción y una propuesta que traspasa las artes visuales para convertirse en diseño arquitectónico.

La obra de Amaya por lo general se reconoce por la pintura, sin embargo, pronto en su carrera se interesó en probar nuevos medios de expresión, inclinándose hacia lo tridimensional y experimentando con materiales tradicionales de la escultura: barro, yeso, terracota, bronce, hierro y a los cuales ha unido muchos otros, que ha incorporado a lo largo de los años, como: la resina, el PVC laqueado y acrílicos.

Estos nuevos materiales son muy utilizados en la arquitectura contemporánea para diseño de interiores y grafismos exteriores, si bien no son materiales nobles, son de alta perdurabilidad, hacen de este ensayo una apuesta arriesgada, cuya ejecución requiere procesos ajenos a la práctica convencional de un artista. Los resultados: sumamente interesantes, llegando a formular un nuevo discurso sobre la forma, que evidentemente parte de su trabajo pictórico.

La muestra “ESPACIO, COLOR, LUZ” de Amaya Salazar en el Museo de Arte Moderno de Santo Domingo se enfoca exclusivamente en esculturas, dejando de lado sus pinturas en esta ocasión, para encaminarnos en un recorrido a través de la exploración de una gran variedad de materiales. Junto alguna de las esculturas se exhiben también dibujos y sketches de los cuales parten los proyectos presentados, permitiendo así ver parte del proceso creativo detrás de la realización de estas piezas. Los dibujos nos ayudan a apreciar el potencial de sus ricos trazos, cargados de valor de línea que aportan expresividad, movimiento, texturas y definen contornos de formas que se pierden en un juego de figura-fondo.

ESPACIO

En esta exposición, la obra tridimensional de Amaya se despliega invadiendo las salas del ala norte del segundo nivel del MAM. Se divide en varias secciones, cada una de las cuales agrupa un conjunto de piezas realizadas en diferentes materiales y épocas de su trayectoria, siendo el objetivo principal dar a conocer las exploraciones creativas de la artista en la escultura a lo largo de los últimos 30 años. Geometricidad, organicidad; cada pieza posee ambas cualidades en perfecto equilibrio. En sus esculturas, Amaya recrea los personajes sin rostro conocidos de sus pinturas y ejecuta un levantamiento tridimensional extraordinario de esas figuras indefinidas, pero sustancialmente humanas.

Ongietori
Ongietori

La temática de esta artista se ha mantenido constante, indagando, desde sus inicios, en reflexiones sobre la femeneidad: la maternidad, la familia, la intimidad, la melancolía. Bien lo apunta el critico de arte Amable López Meléndez:  “La energía femenina se torna elemento clave y hasta seña de identidad de la propuesta estética de Amaya Salazar.” Las formas son estilizadas sutilmente, recreando cuerpos que están y no están al mismo tiempo, pues son recubiertos por ropajes con los que pierde su silueta. También se les niega el rostro, no tienen ningún rasgo distintivo ni característico, sin embargo nuestra percepción nos obliga a ver una cara y configurar ese cuerpo de mujer escondido. De alguna manera identificamos el lenguaje de Amaya en lo pequeños detalles que nos coloca como pistas para descubrir el mensaje.

Partiendo de los bronces, los cuales comenzó a trabajar al final de los años 80’s, hasta sus últimas piezas en resina, se pueden distinguir las características formales que logra en el lienzo; la misma figuración parcialmente abstracta está claramente presente, a su manera, imprecisa y sugerente, unida a una paleta cromática única en su composición. La critica de arte Marianne de Tolentino la ha llamado la “Poeta de la pintura” y es debido, en parte, a su distribución de los colores cálidos y fríos, llevando luz exactamente al punto que lo requiere la composición. Aunque a veces es estrafalaria, e incluso delirante, la contraposición de los colores complementarios es armoniosa, sublime y espiritual. Ahora, en el medio escultórico maneja la iluminación, ya no por medio de la paleta de color, sino por medio las formas, los planos y vértices de las esculturas, con lo que impresionantemente logra un efecto similar.

Espacio Abierto
Espacio Abierto

Al igual que en su pintura, las figuras que habitan estos espacios museográficos se conectan a través de trazas diagonales invisibles que nos invitan a un recorrido libre, ondulado, serpenteante y asimétrico. Las piezas se hayan cuidadosamente colocadas en una sofisticada tarea realizada por Bingene Armenteros, curadora de esta exhibición, junto a la museógrafa y arquitecta Ingrid González. El resultado es un diálogo armonioso conceptual y espacial, de tal forma que el espectador puede imaginarse dentro de los universo de Amaya, como lo describe Fernando Casanova.

En un primer ámbito la curadora Armenteros recrea la ilusión de un jardín exterior colocando las esculturas encima de pedestales de diferentes alturas, algunos forrados de musgo y hojas verdes, colocados sobre una alfombra de pasto sintético. Y es que una parte muy importante de su trabajo se apoya en elementos de la naturaleza, particularmente la flora y el follaje caribeño: cañas, palmeras, plátanos, bambús… que forman parte de la mística, el ensueño y la fantasía.

Esta ambientación recuerda un edén de esculturas y, ciertamente, evoca placer estético. Un aroma fresco de campo se percibe en esta parte del recorrido, siendo un guiño sensorial producido por un ambientador automático, de manera que la museografía crea una sensación inmersiva en el visitante. El conjunto presente en esta área, está formado principalmente por esculturas figurativas en pequeño formato con fisionomía de aspecto femenino, que portan largos ropajes y se encuentran en una actitud contemplativa, calmada, de sosiego. La mayoría de estas piezas, están hechas en bronce, terminadas con pátinas diferentes, algunas instaladas sobre mármol, carolina u otras piedras que le aportan variedad de texturas y colores.

A continuación se abre el siguiente espacio mostrando otros trabajos realizados en técnicas diferentes; por un lado nuevas composiciones utilizando referencias distintas a las acostumbradas, ahora comenzamos a ver la anatomía de un árbol ciprés en su flora, y por otro lado podemos apreciar elementos más duros como el hierro, que moldea en curvilíneas formas, seduciendo y doblegando el material a su antojo.

Jardin
Jardin

Dentro de los ámbitos museográficos, Armenteros quiso incluir las piezas realizadas por la artista en espacios públicos, que forman parte de la arquitectura en muchos de los casos. Tales son, murales en relieve, con la utilización de una gran variedad de materiales; también, pinturas gigantes, como el obelisco del Malecón de la ciudad de Santo Domingo, pintada por Amaya en el año 2002, en un homenaje a la Hermanas Mirabal. Estas y otras comisiones se muestran en un video proyectado a un lado, en un espacio discretamente cerrado, ambientado con dibujos de bocetos de los proyectos presentados, y provisto de un asiento.

COLOR

Esta claro que Amaya conoce a fondo la teoría del color, así lo pone de manifiesto con su fijación en el uso de complicadas paletas cromáticas. Es una maestra del color, logra combinaciones exquisitas usando pigmentos casi puros y colores complementarios. Se puede asegurar que cromatismo y luminosidad son los protagonistas, porque son los elementos que propician una atmósfera “divina” entre los personajes y el paisaje que les envuelve.

En el caso de las esculturas a veces el color se presenta como una manifestación sutil e imprecisa, dada por el propio elemento con el que está elaborada, y en otras ocasiones se manifiesta como una poderosa decisión que se impone ante lo matérico, revistiendo de color cualquier escultura que lo requiera. Es un ejemplo las tres palmeras de hierro. La palmera ha sido un elemento frecuentemente utilizado en sus pinturas, como parte de los embarullados bosques tropicales de los fondos. En esta ocasión las presenta fuera del lienzo, como esculturas monocromáticas, cada una pintada de un vivo color: cian, amarillo o magenta, colores primarios del espacio CMYK.

Se encuentra en esta área también, un gran cuadro elaborado en PVC, perforado con cortes orgánicos, que además está pintado en una gradación de colores brillantes que van del rojo al fucsia, pasando por el amarillo. Para la realización de esta pieza se diseñó un patrón especial que permite crear un juego figura-fondo, donde lo figurativo se confunde con lo abstracto, y aún así se llegan a ver los paisajes tropicales de su pictórica, en la típica paleta cromática de Amaya.

Al continuar el recorrido, las esculturas van adquiriendo mayores dimensiones. Hay un mayor atrevimiento, tanto en la forma, como en el uso del material. Una gran mujer sentada en una especie de poltrona se presenta dominando la escena. Es una escultura en fibra de vidrio de proporciones inmensas. Detrás de ella, colocadas sobre pedestales en diferentes tamaños y alturas se encuentra un conjunto heterogéneo que encierra dentro de sí la razón de esta muestra: la puesta en escena de la escultura y obra instalativa de Amaya en una trayectoria constante, con mucha experimentación e investigación que no se puede negar, visto el resultado a la hora de trasponer de un medio a otro la obra original. No se pierde la esencia, sigue siendo la misma y esa concepción es parte de lo que Armenteros quiere transmitir a través de esta selección y colocación de obras, ya que sin importar el año de su realización o con la materia que se trabajó la pieza, la característica sublime de su estética particular se encuentra siempre en primer plano.

Es probable que, por medio del manejo del color, logre esto en su pintura, pero no es así en la escultura, donde muchas veces se trata de piezas monocromáticas, o a dos colores para acentuar la sobreposición de un segundo plano. La intención del trabajo escultórico de Amaya es muy clara y lo manifiesta a través de formas, totalmente liberada de la necesidad del color.

Sin embargo, Amaya sabe dónde crear los acentos y como codificar puntos de luz, especialmente en algunas de las obras menos coloridas, como en las que usa el imaginario del ciprés, con tonos menos alegres y formas un tanto menos suaves y curvas. En general, se puede decir que son pocas las piezas que no sucumben al colorido de la paleta tropical.

Es por eso que me pregunto, si estas obras ocres, y la referencia a un árbol que no pertenece a la vegetación caribeña, sería propiamente un llamado de sus raíces españolas, una búsqueda interior sobre la identidad de la artista, de un lugar donde quizás el sol no resalta los mismos colores alucinantes.

LUZ

Aún en sus momentos más ocres, como cuando trabaja con el propio pigmento de la materia o escogiendo la pátina para la escultura tradicional, se nota que ha pensado en cada plano y cada vértice, las luces y las sobras que provocarán los cambios de tonos entre unas formas y otras. La luz es tan importante para la obra de Amaya que necesitamos integrarla como elemento físico dentro de las piezas para crear una articulación de sombras, para traer luz a la oscuridad o traer oscuridad a la luz.

Algunas de las piezas están a medio camino entre instalación y escultura, se podría hablar de una instalación porque el concepto de los nuevos trabajos de Amaya recae en el uso de materiales innovadores, modernos y su integración con el espectador en un espacio público. Efectivamente, algunas de sus nuevas esculturas, invitan a interactuar con ellas, aunque ninguna esta concebida para tales fines; significa que inevitablemente la obra de Amaya está tornando hacia una tendencia instalativa. Determinadas piezas, llevan una luz integrada, otras requieren una iluminación particular desde un ángulo determinado para generar sombras. Estamos ante piezas que interactúan con el ambiente.

Líneas, transparencias, figura-fondo, ráfagas de color, sombras que son producidas por luces que buscan el dibujo entre las formas orgánicas, recortadas en la materia, dando más dimensiones a una obra que inicia bi-dimensional y ha ido transformándose por el medium, por el ambiente y es terminada por el espectador.

En ese sentido, una de las últimas obras que se pueden ver en esta exposición, también una de las más emocionantes, esta colocada en la última sala cerrada por una cortina negra. Dentro de la sala hay un cubo muy grande, pintado de un color brillante, que iluminado desde adentro proyecta grandes sombras en las paredes. En esta sala el cubo-instalación, permite pasearse por alrededor y ser parte de la obra viendo como nuestra sombra se proyecta también. Esta pieza interactiva es sumamente divertida, siendo una gran experiencia sensorial para grandes y pequeños, y con la que se puede experimentar aún mucho más hasta llegar a resultados asombrosos.

Se justifica el título de esta selección de obras llamada “Espacio, Color, Luz”, en la cual convergen estos tres ejes, como bien fue planteado por el arquitecto Federico Fondeur. Sin pretensiones ni paradojas, “Espacio” porque se tratan de esculturas y formas tridimensionales, oquedades que crean una conjugación entre espacio positivo y negativo, y, yendo más allá, son también instalaciones donde el espectador se hace partícipe, irrumpiendo en el espacio y complementando así la pieza; “Color”, porque a través del uso de los materiales, Amaya da cátedra de técnica cromática y su aplicación para afectar emocionalmente a nuestra paz, alegría, sosiego, etc.; “Luz”, porque al final, es donde todas las obras de Amaya nos quieren llevar, deslumbrando siempre el punto focal de sus pinturas, brindándonos luz física y espiritual, acercándonos a un encuentro con la mística quizás con nosotros mismos.

Conjunto Central
Conjunto Central

La nueva figuración en Amaya se ha encasillado en estilos de toda índole, desde lo expresionismo figurativo, hasta la figuración abstracta. Lo que queda claro es que en su obra se destaca la intención de crear figuras estilizadas, elegantes y femeninas. Sus temas también circundan la naturaleza, cerrando este recorrido con una gran mariposa de colores, a punto de salir volando. Esta pieza es un dibujo de “la mariposa”, recreando la línea en material PVC, con las secciones pintadas de diferentes colores, al estilo de la paleta de la artista. Ésta es una obra de arte público capaz de adaptarse a cualquier entorno, por su gran tamaño, contra su ligereza y sutil belleza; parece un dibujo delineado sobre aire.

Las obras de esta exposición son de una gran fuerza sensorial, el espectador siente uno que está entrando en su mundo, un mundo propio de ella, pero a su vez nuestro porque en él encontramos nuestros colores, nuestra luz, nuestras fantasías. Venga a recorrerlo, usted está bienvenido, como nos lo hace saber la artista con una gran instalación en la entrada de su exhibición en la que se puede leer: Ongi Etori, Bienvenido.

 

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