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viernes, mayo 10, 2024

¿Por qué nos naturalizamos?

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Frente a La Cafetera, negocio de El Conde peatonal, un jovencito con apenas barba rala, me reprochó el que me haya naturalizado ciudadano estadounidense. Entiende que ser ciudadano de esta nación, es abjurar de mi dominicanidad.

No le respondí que la patria se lleva por dentro, porque ello se ha convertido en cliché; sin embargo, le dije, entre otros argumentos, que tal vez era más dominicano que él (tampoco me gusta la palabra patriota porque está muy maleada). Pero a los que piensen así, tengo para decirles que respondo a los ideales de la juventud de los años 60 y 70.

Les diría que también aunque tengo doble nacionalidad, no celebró ni el thanks-giving, el día de la Independencia de Estados Unidos, ni otras efemérides. Añado que estoy en desacuerdo con su política exterior, y grito a todo pulmón donde quiera que esté, mi desacuerdo con algunas medidas socioeconómicas que entienda, perjudica a las minorías.

Y voy a agregar que mi naturalización se debe a que, en República Dominicana, pudiendo ser un delincuente me sobrepuse;  me hice profesional “gateando”; me formé como un hombre de bien sin entrar en máculas, y de nada me valió superarme, aun proviniendo de un hogar humilde y monoparental. Aquí, como dominicano, soy un digno migrante.

Como he dicho en otras ocasiones, en República Dominicana, si no se es un ancilar; no se está de acuerdo con el sistema ni atado a ciertas claques, no se valora la decencia ni la prudencia.

Es tierra de autoridades que diseminan desesperanzas, con las exclusiones e inequidades. Todo esto hace que a muchos de nosotros nos importe un comino y tres pepinillos naturalizarnos estadounidenses, y más si conservamos nuestra nacionalidad. Total, somos satelizados.

Pero también-y esto es lo penoso-, nos desalienta el ver como gente que todavía le sacan partido a la narrativa de su pasada militancia de izquierda, toman como arneses los partidos del sistema; son tan derechistas como el que más; esquilman recursos económicos de instituciones, y hasta tienen bienes materiales que no resisten el más mínimo análisis.

Al margen de todo esto, es de rigor señalar que recibimos la presión de familiares para hacernos ciudadanos; tenemos descendientes que nacieron aquí. En consecuencia, no resulta descabellado el asumir la doble nacionalidad.

El autor es periodista, miembro del CDP en Nueva York, donde reside

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