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lunes, mayo 6, 2024

El buempán

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A veces, muy entrada la madrugada; de repente, despierto exultante.  A décadas de haberte conocido, en esa ingenua adolescencia, me pregunto: ¿cómo es posible que extrañado, en Nueva York, todavía piense en ti? Esto, aunque no sé en qué ignoto lugar está, porque ya te derribaron.

Y ahora que hablo contigo (o lo imagino), siempre pensé que el tramo donde estaba ubicada debió llamarse “La calle del buempán”, ya que al doblar, en la esquina, había otra llamada “Manzana de oro”. Claro, luego fue rotulada como Yolanda Guzmán, en honor al nombre de aquella heroína asesinada en 1965 por miembros del CEFA, en Guanuma, en las inmediaciones del poblado de La Victoria.

Recuerdo que, desde tu lugar, vimos cuando los militares atravesaban el Puente Duarte, para ocupar la parte occidental del otrora Santo Domingo. Viste cuando yo; un osado imberbe, ristre en mano, desde la casa número 20 de enfrente, le pasaba las balas a aquel hombre rana que disparaba hacia el Puente Duarte.

No hace tanto tiempo que, en viajes de placeres, iba al barrio y observaba el manchón negro en un recodo de la pared de esa vivienda, como consecuencia de los proyectiles vomitados por aquella arma larga, cuyo tipo o marca no preciso. Ciertamente, no era un fusil Máuser.

Pero dejando esto a un lado, debo confesarte que cuando pienso en ti, siento una alegría triste. No sé si me entiendes. En aquellos tiempos me debatía entre si ser cantante, atleta, o político; y no sabía qué iba a estudiar. No encontraba mí norte.

¿Recuerdas cuando antes de hacerse locutor, Carlos T. Martínez, que llamábamos “Carlitos cuadre”; que todavía no era “El deferente”, sentado los dos en tu regazo, me propuso que cantara un merengue de su inspiración, en el Festival del Merengue de entonces?

Le dije que yo era bolerista; no merenguero. Pero entiendo que Carlitos, en aquellos tiempos, sin la cabeza totalmente al rape como ahora, y peinado al estilo flat-top, sólo quiso hacerme sentir bien.

Sabía que, aunque tuviera talento, yo era un pobre diablo que había crecido asustado; no tenía las apropiadas prendas de vestir; era un jovencito muy afectado y con mucho complejo. El merengue, que creo homenajeaba las bellezas naturales, y mujeres de nuestro país, lo interpretó el desaparecido merenguero; Rico López.

A veces me soto sonrío, y recuerdo cuando, a tu sombra, conté aquellos primeros 60 pesos que gané cantando en una fiesta privada que amenizó el grupo “Los bacanales”, de la barriada de San Miguel. En esos tiempos, al menos para mí, prácticamente, era una friolera.

En fin, hay tantas cosas que contar. Ya sabes lo mucho que lloré por las noches, cuando me refugiaba en ti, tras el fallecimiento de Juana, mi madre. ¿Y ahora, qué será de mí?, me preguntaba.

Por la resiliencia heredada de ella, aunque a gatas, salí adelante. Finalmente, debo decirte que nunca supe si considerarte árbol o mata; pero te diré que eras un emblema; la matriarca de las plantas del sector, y sobre todo, mi refugio más socorrido.

El autor es periodista, miembro del CDP en Nueva York, donde reside.

 

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