Llevamos contados más de un millar de muertos. ¡Más de un millar de muertos! Y no sabemos cuándo, ni cuántos, terminaremos contando. El coronavirus no nos permitirá terminar la cuenta, por el momento.
Y a propósito de muertos ¿alguien recordó que una figura cadavérica, enferma de fiebre tifoidea, aislado junto a sus parientes expulsados todos de su Patria recién estrenada, murió un 15 de julio?
El 15 de julio de 1876, en triste, pero limpio canapé, en Caracas, Venezuela, murió nuestro ídolo olvidado de siempre, Juan Pablo Duarte. No lo recordaron, ni siquiera quienes andaban soltando rutinarios discursos de celebración, ese mismo día conmemorativo.
Millares de muertes, y seguiremos contando. Muerte de Duarte, y nadie lo cuenta. Ese es el país. Esa es la Patria.
Hay otro conteo del engaño que tampoco termina. Es el conteo de los votos empañados, empalillados. Los votos del engaño que no se termina de contar. Es la pata coja de estos últimos comicios, similares a los comicios de siempre y sus conteos y pataleos interminables. Esa es la historia indesmentible.
Todo parece seguir una rutina fatal para olvidarla. Menos hechas para el olvido, están las muertes del coronavirus, endemoniado asunto que muy probable terminará espantándonos, cuando queramos parar de contar los muertos.
Suerte, gentes, tapándose con el bozal de moda que llaman mascarilla, lavándose las manos con jabón de cuaba. Y, sobre todo, distanciándose, que es la parte que más parece gustarles a los enemigos, quienes ven una amenaza en que nos congreguemos para algo mejor.
