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jueves, mayo 2, 2024

Bacho

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Raúl Pérez Peña era su nombre. Bacho era, ya no es. Era un seudónimo de todos conocido que nadie entendía. Era el vestigio de una especie en desaparición. Era la rebeldía, el desacuerdo, la inconformidad con lo que no era su verdad. Su única verdad: la ilusión de una victoria final por la que debía de lucharse hasta la extinción de uno mismo.

Era un hombrecillo celoso asido al cinturón de quien creía que había que redimir a todo precio.

Bacho se fue de repente. Y no apareció material de repuesto para ese agrio metal llegado desde otro espacio ya inexistente. Era único en su persistencia con los amigos reclutados. Era indolente para que sus escogidos lo siguieran, aunque fuera hasta la misma fecha de la derrota prevista.

Me llevó de la mano por senderos que nunca merecí, sus senderos luminosos del guerrillero eterno.

No le importaba que no lo entendieran, que no lo siguieran. Pero nunca dejó de tener pretensiones.

Le alcanzó el tiempo en su brevedad para repartirse en múltiples e incontables circunstancias, todas importantísimas para él.

¿Periodista? Era único como periodista de aquellos que cabalgan en un corcel de transparencia irreductible, sin aspiraciones materiales, sólo trillando ilusiones.

Bacho, ya no hacen gentes como tú. Sin hipocresías. Sin metas materiales.

¿Cuántos paquetes transportaste en la ruta Santiago hasta la Capital, sin obtener ganancia alguna, en La Paloma? Sin obtener ganancia alguna porque así son los empresarios sin espíritu empresarial.

Bacho, ya no hay gente como tú con quien substituirte.

Lo mejor sería irse contigo. Hacerte compañía sin rumbo fijo.

Gracias, Bacho. Por haberte conocido, aunque nos fuera dejando solos, con tu trecho de futuro impreciso.

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