No hay dudas que, durante más de cien años, el bolero ha sido un reflejo fiel de los anhelos, alegría y desesperanza de la población, y de su forma de pensar y sentir.
Y como dije, en un artículo que publiqué hace mucho en diario de circulación nacional, el bolero en su momento reflejó en su lírica la visión de que las prostitutas eran pobres e indefensas mujeres, lanzadas a esa vida por una sociedad injusta o/y por el abandono de un hombre infame. Los compositores explotaron la supuesta defección de estas mujeres que se dedicaban a ejercer la profesión más vieja de la humanidad.
Podría citar el caso de “Peregrina sin amor”, canción popularizada por el dominicano Lope Balaguer y compuesta por Bienvenido Brens, y esta estrofa: “Pobrecita golondrina que aventura por los mares del champagne y el dolor”. Esta es una muestra de la concepción que tenía el compositor sobre las llamadas (o mal llamadas) mujeres de la vida alegre: “Cada día, cada noche, saboreando nuevos besos que te hagan olvidar, el desvío de tu camino, de esa culpa de tu sino, que negro te vistió”.
En el repertorio imaginativo estaba la prostituta rescatada del burdel por un hombre consciente de la injusticia de su destino, que aquí tuvo su expresión popular en la decisión de “honrar a una prostituta”, y que fue muy frecuente en una época cuando ese tipo de negocios pululaban. Uno de los boleros que simbolizan esa realidad es “Luces de Nueva York”, magistralmente cantado por Jhonny López con la Sonora Matancera y otros boleristas.
“Fue en un cabaret donde te encontré bailando vendiendo tu amor al mejor postor soñando y con sentimiento noble yo le brindé como un hombre mi destino y corazón y pasado ya algún tiempo pagaste mi noble gesto con calumnias y traición”
El cabaret como lugar de farra, de encuentro social y espacio para ahogar las penas del desamor, la rutina del hogar y las desigualdades sociales, encontró en el bolero un aliado y promotor de sus encantos.
Gilberto Monroig
El compositor reflejó en sus canciones el caso del hombre que se enamoraba de la prostituta, pero que por su situación económica le resultaba inalcanzable. Nacía ese amor imposible entre este tipo de bardo y las vendedoras de caricias. El puertorriqueño Gilberto Monroig (1930-1996) popularizó una de esas canciones que fueron un fiel reflejo de esa realidad y me refiero a “Cabaretera”.
“Yo soy un hombre pobre, muy pobre para ti, te quiero tanto y tanto, mi amor es tan sincero y tú, soñando como sueña con lujos y riquezas, ni te fijas en mi” y prosigue: “Cabaretera no olvide que te quiero, te quiero en mi pobreza y nunca he de cambiar”.
Esta canción fue compuesta por Lorenzo González, el venezolano nacido en 1923, que también la interpreta. Además, canta con dolorosa tristeza la canción “Mujer de barrio y vampireza”, donde le pregunta a la amante si es cierto que la han visto por la calle vendiendo sus caricias al mejor postor.
Bienvenido Granda
La canción “La callejera” la interpretaron con sentida emoción Bienvenido Granda, Vicente Fernández, Julio Jaramillo, entre otros boleristas. “Si eres la callejera, qué me importa, si eres una cualquiera, que me importa”.
Orlando Contreras, cantante cubano nacido en Cuba en 1930 y fallecido Medellín, Colombia, se queja, sufre, por esa esa mujer que prefiere el caberet y los tragos, entregarse a otros hombres, en vez del hogar que le ofrece. Se llama “Por borracha” y a su reportorio, Contreras también le agrega la canción “Yo estoy desengañado”, una apología a la escuela que, a juicio de esos compositores, constituye el caberet. La barra como escenario del amor, los amigos, el desengaño y la traición, que al fin y al cabo trae consigo dolorosas enseñanzas de vida.
Indudablemente que mientras exista el cabaret, o como se le llame, y las mujeres que ofrecen su cuerpo a cambio de unas monedas, habrá una alma sensible, enamorada, dispuesta a plasmar un derroche de sentimiento en la letra de un bolero. El cabaret y la cabaretera serán siempre fuentes inagotables de inspiración para esos que componen boleros u otros géneros musicales.
