Los que hemos estado presos entre barrotes de amplias cárceles como la vieja Penitenciaría Nacional de La Victoria, bien sabemos que en estos recintos, en las celdas, suele haber un preboste que llaman “probó”, que establecen las reglas y maltratan a los reclusos.
Pero, eso no se da con el mismo rigor en destacamentos o pequeñas dotaciones policiales. Por eso no entendemos cómo en un pequeño cuarto de apremio corporal del destacamento del sector de Naco, en Santo Domingo, tres internos, como se dice ahora; hayan golpeado hasta la muerte al joven David de Los Santos.
Y esto resulta más chueco y chocante cuando, según se dice, en la celda en que encerraron a De Los Santos, sólo había tres o cuatro presos que dizque, aun esposado, lo maduraron a golpes y le dieron hasta con un zapato-tenis, porque les molestaba la bulla que hacia el hoy fallecido profesor de Educación Física.
Lo cierto es, que las conclusiones de las investigaciones del Ministerio Público, resultan extrañísimas y, realmente, no nos cuadra esa versión. ¿Siete contra uno, y aun indefenso no pudieron someterlo a la obediencia sin la necesidad de masacrarlo hasta muerte?
No concebimos que tres individuos hayan estado de acuerdo con golpear salvajemente a De Los Santos y que los agentes policiales, cuatro, entre ellos un capitán, se limitaran a rociar gas pimienta en la celda, mientras lo golpeaban.
Estas conclusiones del Ministerio Público parecerían dirigidas a mermar un poco el descontento del pueblo con los miembros de la Policía Nacional, y a su vez, exonerar de total negligencia al gobierno de turno. Y, para ello, había la necesidad de involucrar a civiles en la muerte del fornido profesor.
Nos preguntamos: ¿Esos reos, además, son policías encubiertos o qué? Porque debieron estar conscientes de que con ese asesinato sus condenas se podrían prolongar.
¿Desde cuándo algunos presos, en un cuartel policial, matan a otro sólo porque haga bulla o luzca desquiciado? Sería interesante oír la versión de los presos imputados, aunque como dice una colega, ellos dirán lo que las autoridades quieren que digan.
El autor es periodista, miembro del CDP en Nueva York, donde reside.
