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sábado, julio 6, 2024

¡La deplorable ironía de algunos/ as!

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Ironías las hay que cuelan la sorpresa en el confuso discurso político actual, en el que los actores asumen “papeles” que protagonizan con tal desparpajo que anulan las categorizaciones de conceptos antes tan precisos y definitorios, entrecruzados en tal embrollo que ya casi “nadie sabe en qué pie está parado”.

«Somos un país del tercer mundo”, enrostró Donald Trump a Joe Biden en el reciente debate que tuvieron por la presidencia de Estados Unidos, expresión irónica porque fue él quien incrustó en esa nación prácticas y actitudes ”tercermundistas”, pero más que eso: en su boca el concepto rueda a lo más bajo.

La definición de “Países del tercer mundo” fue una elaboración que a partir de los años ‘50 del pasado siglo, insertó la presencia de un grupo de naciones (más de 150 hoy) en la polarización, tras la segunda guerra mundial, de Estados Unidos y Unión de Repúblicas socialistas, y a líderes como José Broz (Tito), Fidel Castro, Nehru(India), entre otros, a crear el Movimiento de Países No Alineados(?), instrumento propagandístico de denuncias y pretendida efectividad.

La precariedad en la dignidad de vida, el desorden institucional, la debilidad en el desarrollo, son “incapacidades” endosadas a los países tercermundistas, pero muchos de estos han ido mejorando esas calificaciones -ancladas en el imaginario de Trump-, tal el caso nuestro, donde hay una superación de algunas trabas políticas, y una presencia de logros tangibles, aunque limitados, pero que apuntan a una mejoría social, económica y hasta institucional.

Entre estos está la administración del proceso electoral, que en los últimos 30 años ha discurrido sin mayores traumas, después de la crisis provocada por el fraude electoral del 1994, que para superar se convino, de común acuerdo, gestionar el órgano rector con otros criterios, que tienen en el registro de nacimiento, patente de eficiencia y eficacia.

La Historia tiene entre las veleidades del poder, lamentables ocurrencias y concurrencia de despreciables, que se registran (¡ironía!) por sus maldades y por el daño que provocan casi siempre a los más débiles, a esos “del montón salidos”, empujados por prejuicios, intereses y otras miserias humanas que motorizan su largo recorrido.

Vergüenza y traumas de esa presencia y los prejuicios (todos son irracionales) son causas que se imponen a la eficiencia y eficacia para que 11 años después de promulgada la ley 169-14, el informe sobre Derechos Humanos en el país, elaborado por el departamento de Estado estadounidenses, nos recuerda la incriminatoria falta de dotar de los documentos pertinentes a dominicanos de ascendencia haitiana, de padres en situación legal “irregular” en República Dominicana.

El citado informe, zarandeado por una “legión” de conscientes provocadores, hace hincapié en otros hechos inhumanos, como es el trato dado a haitianos en el país, cuales últimas acciones fue la agresiva separación de una madre deportada a la que arrancaron sus tres niñas, en Frusia, La Altagracia, provincia en la hace apenas tres meses agentes de la Dirección General de Migración violaron a una menor, en otro de su acostumbrado proceder frente a haitianos y haitianas.

Los prejuicios son resultados de una apreciación miserable del y hacia “otro/a” al que se subestima, se desprecia por ser “diferente”, falencias que, ¡Oh ironía!, ¡en este caso de los haitianos empaña la claridad y perspicacia de personas a las que les corroe la decencia, la solidaridad, el humanismo que sí ostentan en otras situaciones!

 

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