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lunes, marzo 17, 2025

La transición es encrucijada, campo de acción de oportunistas, ansiosos, y desesperados

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Las elecciones generales y sus resultados fueron un escenario fructífero para la sociedad. El 19 de mayo resultó en una jornada de éxito para quienes merecieron la victoria de sus resultados, precedidos por objetivos también conseguidos en la anterior jornada de las municipales de febrero.
El gobierno, y por consecuencia de las circunstancias, también la sociedad toda, se encuentran inmersos en ese estresante período que denominan la “transición”.
Es la coyuntura constitucional de tres meses que deben transcurrir entre la fecha de elección presidencial y vicepresidencial y la fecha de juramentación de las nuevas autoridades nacionales.
La transición es una suerte de babia, en la que muchos se sueñan felices, en la que distintos grupos afectados por disímiles, aunque coincidentes inquietudes, se proyectan en un futuro incierto, por lo incierto del mismo período. Es período de nervios tensos. Algo que no tendría sentido, por ser un lapso normal, un espacio dispuesto para componer y
recomponer, que parece ser la razón de las incertidumbres humanas que se
baten entre quienes colocan su suerte en las penumbras de lo que podría
suceder.
Un hombre, el Presidente de la República, tiene en sus manos la totalidad de lo que tiene que suceder. El Presidente firmará los decretos que traerán los relevos y las recomposiciones en el aparato del Poder Ejecutivo.
Quienes al saber los resultados electorales sienten una satisfacción y se frotan las manos magullando la expresión de “cuatro años más”, en el caso de la reelección, es probable que no experimenten en su consciente el peso de las responsabilidades que representan esos “cuatro años más”. Pero se saborean en esas mieles que no son tales. No son mieles, son retamas de duras responsabilidades de frente a la población.
Y es que la transición, en realidad, es una encrucijada, un campo de acción de oportunistas, de ansiosos y de desesperados. Más de muy pocos compromisos.

Los oportunistas se aproximaron con premura a último momento, cuando presumían que ya se había decidido la suerte de quien sería el nuevo gobierno.
Es encrucijada para quienes ya andan tomando decisiones. Y no decisiones personales, sino de conjunto. Es la parte más difícil de la transición, la de escabullírseles a esos oportunistas que nunca servirán para nada, sino para estar prestos a protagonizar la pérdida de tiempo y de recursos, si los escogen. Cuando no, serían meros sustentadores de un
proceso en ciernes de corrupción administrativa.
La misma corrupción de quienes serán expulsados sin dejar más rastro que el de la corrupción y la dilapidación de los fondos públicos.
Parte de esa encrucijada y premura la constituyen los deseos de no dejar rastros. Son quienes cargan con archivos oficiales donde aparece la fotografía de sus andanzas en el gobierno. Esto siempre ponen en marcha las máquinas trituradoras de papeles oficiales, una mala acción que debiera de iniciar cualquier investigación, por sospecha legítima. Porque, ¿Cuál es la razón de no querer dejar rastros ni huellas de lo que fueron sus
obligaciones y por las que se les pagó, muchas veces al precio que ellos
mismos fijaron?
Durante la transición hay mucha premura, además, por averiguar por su propia suerte. ¿Habrá sido incluida en el paquete de la reelección, su propia reelección? Ansiedades que a veces llegarían a la desesperación.
Hay un creciente consumo de medicamentos que se expenden sin recetas, pero que la gente entiende que calman los nervios. Ansiolíticos es el término preciso, de los que siempre habrá suficientes en las farmacias para atender la demanda, en estos días de transición.
Entre los oportunistas están, asimismo, aquellos que prefabrican informaciones falsas, las diseminan apuntalando supuestas preferencias para los nuevos cargos, de parte de quienes los designarán.
El mundo, no se acabará, el 16 de agosto. Aunque parezca que el deseo y decisión de colocar la suerte del nuevo gobierno y sus personeros, entre las cuatro paredes y altos muros de la iglesia Catedral, en la humareda de un Te Deum, sería una acción globalizante y salvadora.
Desde antes del 19 de mayo, todo había sido consumado. No hay pena. Consumatum est.

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