El país sigue lleno de promesas. Y también de silencios. La gente no sabe qué pensar, ante la continuación de las promesas, y ante el silencio que sigue asentado en sus poltronas.
¿Seguimos en tiempos de promesas? Esto, por los que vienen, que no acaban de llegar.
Es que unos y los otros, no pueden hacer más nada que los últimos preparativos. Y el tiempito calculado como que les sobra. Y, entonces, acuden a una rumba de deseos y esperanzas que entienden hay que llenar, con algo.
Tal vez, con una visita a uno de los barrios o campos miseria. Como que no hay más nada que entregar, porque todavía, no hay con qué. Que no sean nuevas ofertas. Caramba, terminen de llegar.
El tiempo de los silencios ha continuado. Pesarosos, los que se van sienten que los salones se les vacían. Y en ocasiones, se les llenan de gentes que aspiran a recoger las migajas que dejó la fiesta. O que vienen con premura a que se cumpla con ellos los pagos retardados que entienden sin razones, o que no se cumplirá con ellos.
¿Por qué tanto silencio de parte de los que se van?
Mientras más silencio, más se siente la soledad. El Poder que se diluye aproxima cada vez más hacia la soledad.
Sean fuertes, señores. Los que llegan que tengan la fortaleza para entender que ya pasó el tiempo de las promesas. Y que muchos, pero muy muchos, están esperando algo más. Aún siguen las ansiedades de la turbamulta. Y los que se van que digan algo. Aunque sea, también promesas. Y cárguenlas a los que vienen, que es lo mismo. ¿O no?
