Con la llegada de la temporada ciclónica en la zona del Atlántico, que se extiende hasta el 30 de noviembre, la región del Caribe y nuestro país entran en una etapa marcada por la incertidumbre y la necesidad de estar alerta. Los pronósticos advierten que será una temporada especialmente activa, lo que subraya la importancia de la prevención y la preparación.
Cada año, la temporada ciclónica pone a prueba no solo a las autoridades, sino también a toda la sociedad. Sus vientos huracanados y lluvias torrenciales, en un entorno marcado por la vulnerabilidad, pueden desencadenar verdaderas tragedias: pérdidas humanas irreparables y daños materiales que tardan años en superarse.
No es un tema menor. La cifra de 1,132 comunidades expuestas a inundaciones y más de 631,000 viviendas frágiles ante la furia de los vientos revela la magnitud de este desafío. Cada temporada, el país enfrenta la amenaza de estos fenómenos, que parecen fortalecerse con el paso de los años.
Sin embargo, no todo es incertidumbre. Los avances en los pronósticos permiten trazar orientaciones más certeras de estas tormentas, brindando la oportunidad de actuar a tiempo y reducir los riesgos. La experiencia acumulada por las autoridades y la población es, sin duda, un recurso valioso.
Pero la clave está en la orientación oportuna y efectiva. No hay excusas para que la población no reciba la información adecuada, ni para que los medios de comunicación no se conviertan en herramientas fundamentales para difundirla. Las alertas tempranas y la correcta comunicación salvan vidas.
Desde ya, los organismos de asistencia civil deben redoblar sus esfuerzos y tener listos los planes de emergencia. La población, por su parte, debe asumir un rol activo y responsable, consciente de que la protección de la vida es un deber compartido.
Salvar vidas no es solo una tarea de las autoridades: es un compromiso de todos. La temporada ciclónica nos recuerda que, frente a la fuerza de la naturaleza, la unidad y la solidaridad hacen la diferencia.
