En la literatura universal hay un puñado de novelas: El Quijote, Moby Dick, 100 Años de Soledad, a las que sus primeras líneas y renglones les abren la puerta a la trascendencia, tal como Conversación en la catedral, desde que Santiago Zavala hace la pregunta capital: “En qué momento comenzó a joderse el Perú?, la que parafraseo en un intento de indagar en qué momento la hostil intolerancia comenzó a joder al país.
Categorizando hechos, el bestial “Corte”, la matanza de haitianos que auspiciara el dictador Trujillo en 1937, y que tantos años después se desconoce con precisión el número de víctimas, entre estas cuántas dominicanas, que por ser “prietos “- señal identitaria nuestra-, fueron asesinados en zonas cercanas a la frontera, una acción que incorporó la discriminación como variable en el dominio del Poder en el país.
La perversa, abusiva, ilegítima y deshumanizante Sentencia 163-13 dictada por el Tribunal Constitucional que despojó de la nacionalidad dominicana a miles de descendientes de haitianos nacidos en el país después del 1929, dejando en el desamparo legal, con sus consecuencias económicas, emocionales, cotidianas a esos y esas que el recién fallecido escritor y autor del libro referido, Mario Vargas Llosa llamó “Los parias del Caribe”, situación que relaciona a la matanza de 1937 en lo moral y lo civil.
Esa inmoralidad se pretendió subsanar con la Ley 169- 14, un artilugio contingente que 11 años después zozobra entre el discrimen, la burocracia y la falta de voluntad política para dotar a muchos de los afectados con algún documento que les permita a esos ciudadanos desarrollar sus actividades con un mínimo de tranquilidad y gestionar sus vidas con la facilidad que le puede reportar la posesión de una identificación válida que le reconozca ese derecho y garantice conseguir servicios: resucitarlos de la muerte civil.
Ese fatal recorrido sustentado en la discriminación a los haitianos, contrasta con la desbordante e intensa manifestación de solidaridad, apoyo y conmiseración del pueblo dominicano ante la tragedia suscitada en la discoteca Jet Set, la que borró todo atisbo de miseria humana, que tan solo una semana después, por prejuicios raciales, la xenofobia y la ignorancia que afectan a un segmento numeroso de la población que rápidamente regresó a esas trabas sociales y humanas.
Así, el pasado lunes 21 de abril, conmovió que desde el Gobierno Central se implantará la inhumana disposición de hacer de los hospitales públicos un cerco donde apresar a parturienta haitianas indocumentadas y deportarlas de manera violenta, alegando que esos procedimientos resultan en gastos económicos que supuestamente “desangran” el presupuesto del sector salud, y que contaminan el sistema sanitario dominicano.
Casi paralelo a esa acción oficial, también destacó la ilegal y peligrosa incursión violenta de la denominada Antigua Orden Dominicana, que prevalida de la hasta ahora indiferencia de las autoridades, impuso su determinación para que se impidiera a descendientes de haitianos nacidos en el país reclamar la continuidad de la Ley 169-14, y la agresión contra manifestantes que conmemoraban el 60 aniversario de la invasión estadounidense al país, la que los facinerosos intentaron interrumpir porque supuestamente participaban haitianos.
Cierto que en la historia del país se registran hechos y confrontaciones radicales, pero sorprende que en momentos que dirige el Estado un partido que se reclama heredero del. pensamiento de José Francisco Peña Gómez, grupo como la Antigua Orden actúe como lo hiciera durante lacera balaguerista la denominada “Banda Coloroda”, que desde la intransigencia provocó muerte, luto, dolor.