Estimo que a Biden -para resultar «ganador»-, conscientes o no, se le cargó una responsabilidad que él no podía ni debía cumplir: ¡ser Trump!
Sí, así mismo. Por qué lo estimo, porque se esperaba de él que fuera un hombre con una vitalidad que supere su edad y condiciones sicomotoras, y que desplegara una disposición y arrebatamiento fisico- verbal superior al de Trump.
¡Otro imposible!
Eso, en la parte formal del debate, pero la sustancial, la esencial, la obviaron, esa que a Trump le exoneraron de antemano, porque se esperaba que actuara como es él.
Y que ocurrió: que las reglas del debate ataron a Trump en sus desafueros físicos, en sus gestos agresivos, pero no le contuvo la esencia de su discurso: las mentiras, las falsedades, la manipulación.
Es así, que para los conductores sacarle una promesa de su posible reconocimiento a los resultados, tuvieron que hacerle la pregunta en tres ocasiones, para que él respondiera con una leve, casi al desgaire, y condicionada respuesta.
En otro tema puntual, tal como ese que comenta José, él fue más lejos que Biden: se lamentó de que el presidente haya escamoteados fondos para que Israel lleve la guerra hasta el final: “Déjalos acabar el trabajo».
Y se burló de Biden: «Se ha vuelto un palestino, pero a los palestinos no les gusta porque es un palestino débil”.
Esa y otras mentiras, manipulaciones, proclamas las repitió sin ningún rubor, sin que se le moviera un cabello ni un músculo de la cara.
Como el debate tenía como blanco a los indecisos, que son casi un 20 por ciento de los electores, estos, que con su preocupación han mostrado cierta actitud reflexiva, si este debate los empujara a decidir, creo que pensaría mucho antes de decidirse por Trump